Las monedas españolas
Guiados por los mitos de la leyenda áurea, los españoles llegaron a estas tierras buscando la Ciudad de los Césares, el Paititi o Dorado. Muchos sueños y naves naufragaron en el Río de la Plata, que durante largo tiempo fue la región más pobre del Virreinato del Perú. Durante el período del descubrimiento y la conquista, la escasez de numerario resultó enorme; pocas monedas bajaban del Norte, y la ausencia de plata se hizo sentir, al punto que en el Paraguay y lo que hoy es la Mesopotamia argentina se valorizaron ciertos productos – yerba, trigo, lienzo, algodón-, que se utilizaron, dada la necesidad de intercambio, como medida común para las transacciones, con el simbólico nombre de moneda de la tierra.
En el Perú mismo, rico en minas de plata, faltaba la moneda metálica. Los españoles apelaron entonces a la circulación de unos tejos argentíferos, cuya ley fue mermando con el tiempo: los pesos corrientes. La composición de tales piezas, utilizadas como moneda, se calculaba sólo en un cincuenta por ciento de fino. Los virreyes combatieron sin tregua la circulación de esta mala plata, que, entre otros inconvenientes, presentaba el de eludir el impuesto del quinto real y se usaba con toda malicia para el pago de los indefensos indígenas.
Por tales circunstancias se fundó la Casa de Moneda de Lima (1565) y posteriormente la de Potosí (1573), creación esta última que epilogaba una breve experiencia del virrey Toledo en Sucre, donde pretendió instalar una nueva ceca. Sin embargo, el lugar indicado era la Villa Imperial : el cerro de Potosí, rico en venas argentíferas, podía proveer de suficiente metal para las labraciones, que comenzaron a partir de 1574. Las primeras piezas emitidas por la ceca potosina llevaban en su anverso un escudo imperial de España con todos sus dominios, timbrado de corona real, y en su reverso una cruz cuartelada de castillos y leones, cerrada por semicírculos en sus respectivos campos. Habiendo comenzado la acuñación durante el reinado de Felipe II, las monedas llevaban como leyenda perimetral la inscripción PHILIPVS D.G. HISPANIARVM ET INDIARVM REX . Mostraban además una letra P, que significaba Perú, y el valor generalmente aparecía consignado en números romanos; también figuraba la inicial del nombre o el apellido del ensayador, funcionario que garantizaba la aleación empleada en las emisiones y era por ello responsable de mantener la justa proporción de plata.
Las monedas de Potosí están estrechamente ligadas a la historia del ramo en la América del Sur: estas labraciones fueron durante muchos años el único circulante de nuestro territorio.
Las primeras piezas no llevaban fecha, la que comenzó a estamparse en 1617, bajo el reinado de Felipe III: por ello, toda clasificación cronológica anterior sólo puede hacerse por la inicial de los ensayadores y el estudio de sus respectivos diseños. Estos últimos se mantuvieron invariables hasta mediados del siglo XVII, cuando, al ser detectada una importante adulteración de piezas, se dispuso su cambio.
Desde entonces se cuidó celosamente la correcta ley de las monedas, modificándose el diseño en los cuños. Las piezas adulteradas fueron reducidas en su valor facial y después retiradas de circulación. Las nuevas emisiones, que empezaron a troquelarse en 1652, mostraban dos columnas asentadas sobre ondas de mar y atravesadas por el mote PLVS VLTRA. Las piezas de ese año todavía presentan diferencias en su diseño, pero en 1653 se acuerda un tipo definitivo, que será mantenido hasta 1773. La acuñación de todas estas monedas era primitiva. En una hornaza se fundía la plata, según las prescripciones del ensayador; luego, se confeccionaban los rieles de los que se cortaban los cospeles, dándoselas el justo peso con una cizalla. Estos tejos pasaban al acuñador, quien les estampaba la impronta entre dos cuños de acero, a golpes de maza. Las piezas que salían de la ceca eran de forma irregular; y su diseño, sólo parcialmente visible. Los indígenas les llamaron macuquinas, voz originada en el vocablo quichua “makkaikuna”, que significa “las golpeadas”, en alusión a su precario sistema de fabricación.
Si bien las primeras monedas de Felipe II tenían una configuración más o menos circular, hacia el reinado de Carlos III las macuquinas eran totalmente deformes y de pésima factura. Pero lejos estaban de ser las piezas de baja ley y peso inferior al legal que ciertos numismáticos quieren atribuir a estas labraciones: las macuquinas seguían fielmente las ordenanzas y su ley era, en muchos casos, superior a la establecida.
Las últimas monedas «cortadas» se acuñaron en Potosí en 1773. En 1767 ya habían sido troqueladas las primeras piezas con canto laureado y cordoncillo (canto de la moneda cuando está labrado con dibujos, laureles, leyendas, signos, estrías, etc. destinado a impedir que sean cercenadas), lo que representó un notable avance técnico, aunque esta innovación se hacía con décadas de retraso respecto de otras cecas hispanoamericanas. Así, las nuevas monedas mostraban en su anverso un escudo español coronado y en su reverso columnas sobre las ondas de mar, encerrando dos esferas superpuestas que representaban los dos mundos.
Estas monedas, acaso las más bellas de las series hispanoamericanas, se denominaron columnarias o de mundos y mares, su acuñación finalizó con la Real Cédula del 27 de marzo de 1772, que ordenaba variar el tipo por el busto de los monarcas españoles. Las nuevas emisiones, labradas a partir del año siguiente, mostraban el perfil de los reyes, laureados y vestidos como emperadores romanos.
Hasta 1778, cuando se autorizó la acuñación en oro, se labraban únicamente monedas de plata, con estos valores: de 8 reales (un peso o patacón), que tenía 27 gramos de plata; de 4 reales (tostón); de 2 reales (peseta), de 1 real y de medio real. El mayor valor acuñado en oro era la pieza de 8 escudos denominada onza, la serie se completaba con 4, 2 y 1 escudos. La relación entre el oro y la plata era de uno a dieciséis, 0 sea, un escudo equivalía a 16 reales (o bien a 2 pesos). El cuartillo de plata (1/4 de real) troquelado en la época de Felipe 11, reapareció en 1793, durante el reinado de Carlos IV; exhibía en el anverso un castillo, y en el reverso un león, pesando 1,7 gramos . En la América del Sur no se emitieron piezas de cobre o de otros metales viles.
Cuando los argentinos ocuparon Potosí, la ceca acuñaba monedas con el retrato de Fernando VII. Salvo los periodos de dominación patriota, las emisiones continuaron con el nombre de aquel monarca hasta 1825, en que se produjo el cese total de la administración española en América.
Primeras piezas argentinas
Tras el pronunciamiento de Mayo de 1810, Buenos Aires y las demás provincias del Río de la Plata iniciaron la campaña de independencia, enviando expediciones al Alto Perú, foco de resistencia realista. Los argentinos tomaron la Villa Imperial con su casa de moneda en 1810, 1813 y 1815: las dos últimas ocupaciones fueron importantes desde el punto de vista monetario, pues se cambió el tipo que se emitía hasta entonces -con el busto real y emblemas hispánicos-, por nuevas monedas que ostentaban los símbolos patrios de Unión y Libertad.
Copada la ciudad por el ejército al mando de Manuel Belgrano, y recibida esta noticia en Buenos Aires, el diputado Pedro José Agrelo planteó a la Asamblea General Constituyente un proyecto de Ley de Moneda, que se aprobó el 13 de abril de 1813 y fue comunicado de inmediato a la ceca altoperuana. Allí se abrieron los nuevos cuños; desde allí se enviaron muestras de las flamantes piezas, que el Cabildo porteño recibía tiempo después.
Estas primeras monedas de la naciente Argentina se acuciaron en oro en los valores de 8, 4, 2 y 1 escudos, y en plata en 8, 4, 2, 1 y ½ reales. Las piezas de oro son hoy de gran rareza; las acusaciones de plata, en cambio, fueron abundantes en todos los valores. Muestran en el anverso un sol radiante, con ojos, nariz, boca y treinta y dos rayos rectos y flamígeros alternados. La leyenda circular comienza con PROVINCIAS DEL RIO DE LA PLATA y continúa del otro lado con EN UNION Y LIBERTAD . En el reverso aparece un escudo nacional -entonces sello de la Asamblea-, sin sol y simple en las monedas de plata; con trofeos formados por dos cañones cruzados, dos banderas laterales y un tambor al pie en las de oro. Tienen también el monograma PTS que identifica a la ceca de Potosí. La inicial J. corresponde al ensayador José Antonio de Sierra. El canto de las monedas de plata tiene forma de hojas de laurel, mientras el de las piezas de oro es estriado oblicuo.
Estas acuñaciones se extendieron hasta fines de 1813, cuando fue preciso evacuar las tropas argentinas, luego de los reveses de Vilcapugio y Ayohuma. Recuperada la ceca por los españoles, en 1814 se reinició la labración de monedas con el busto del rey. También se dio plazo para el canje del numerario batido por los «insurgentes» rioplatenses, pero la población se mostró reacia a su entrega, previendo una nueva ocupación argentina que, en efecto, se produjo en abril de 1815; entonces, las unidades al mando de José Rondeau reconquistaron Potosí y la vieja ceca volvió a acuñar monedas patrias. En esta oportunidad se emitieron únicamente piezas de plata con el valor en reales. Luego, a mediados del mismo año, se labró una serie similar pero con el valor expresado en soles.
El cambio coincidió con la entrada en actividad de un nuevo ensayador, pues no se pudo contar con Sierra, que había actuado en 1813. Por esta circunstancia los reales de 1815 muestran la inicial F. que corresponde a Francisco José de Matos; en los soles del mismo año, la F. aparece acompañada de una L. por Leandro Ozio. Ambos ensayadores eran improvisados y por ello las monedas de 1815 son de menor calidad de fino que la establecida en las ordenanzas.
Tampoco pudieron hallar los patriotas a calificados grabadores y callistas, pues los que había huyeron con las tropas del rey y se debió improvisar la oficina de la talla con personal subalterno. En tal sentido, se notan errores en las piezas de 8 reales, conociéndose un ejemplar con PRORVINCIAS y otro con PROVICIAS .
Las monedas de 1815 son más abundantes que las de 1813. Su labración cesó con la derrota de Rondeau en Sipe-Sipe y la evacuación de Potosí, que cayó en poder de los realistas, y diez arios más tarde se convertía en una ciudad de la nueva República de Bolivia.
Al perderse la ceca de Potosí y las provincias del Alto Perú, se produjo en todo el Norte argentino una notable escasez de numerario. Desaparecieron del mercado las monedas con el busto del rey, quedando las antiguas macuquinas, posteriormente falsificadas en gran escala. Debe señalarse que, habiendo sido batidas por última vez en Potosí en 1773, estas monedas cortadas aún circulaban: sólo pudieron ser erradicadas en la segunda mitad del siglo pasado.
En la época de la Independencia , estas macuquinas eran a su vez fundidas en talleres clandestinos, agregándoseles una fuerte cantidad de cobre, y volvían a ser reacuñadas, imitando su estilo en la mejor manera posible. Nuevas macuquinas de baja ley y peso inferior al legal comenzaron a inundar Salta y las provincias vecinas, motivando la queja de los gobernadores, que se acusaban mutuamente de tolerancia con los falsificadores.
En Tucumán, Bernabé Aráoz señalaba que había visto con horror la invasión de monedas falsas, asegurando que ese cuño no salía de su provincia porque, en caso contrario, él habría tomado severas medidas para reprimir «el atentado más enorme que se conoce». Quejas similares se expresaban en Santiago del Estero, Córdoba y La Rioja , mientras que Martín Güemes, en Salta, daba cuenta al Congreso General Constituyente de, la aparición de monedas ilegítimas de baja ley. Sin embargo, la falsificación se había extendido a todo el Norte argentino, por la facilidad de la fabricación de moneda macuquina y la creciente demanda de los comerciantes para sus intercambios y transacciones.
Si el gobernador de Tucumán liberaba de culpas a sus comprovincianos, el mismo coronel Güemes lo desmentía cuando, con motivo del arresto del falsificador Miguel Romero, de profesión platero, éste declaraba haber visto en Tucumán sellar monedas en casa de Sebastián Corro, y que él mismo lo había hecho allí. Poco tiempo después fue apresado Corro, en plena tarea de falsificación.
Para dar a este problema un corte definitivo, Güemes dispuso recoger en Salta toda la moneda falsa y, previa aplicación de una contramarca, volverla a la circulación con curso obligatorio y forzoso. Esta medida fue desautorizada, y el propio Belgrano, en carta al caudillo salteño, la censura: como siempre se alegaba que la moneda falsa provenía de Salta, «si antes han dicho los inicuos que V. tenía parte en eso, ahora van a decir que va a asegurarse con la marca…»
La contramarca aplicada por Güemes -un monograma rodeado de laureles que formaba la palabra PATRIA – se estampó en todas las piezas falsas entregadas a las autoridades. La reacción oficial fue severísima: obligó al gobernador a retirar estas monedas de la circulación, lo que se hizo efectivo por bando del 24 de mayo de 1818. Las monedas reselladas por Güemes son muy raras; el grueso de la contramarca se aplicó sobre piezas de 2 reales, pero se conocen también algunos ejemplares de 4 reales y uno de ocho.
Maquinas legales y falsas
A principios de la década de 1820, la angustiosa carencia de numerario se había extendido por el interior, exhaustos los erarios provinciales por las guerras de la Independencia. En las provincias cuyanas el mal se había tornado crónico. El gobernador de Mendoza, Pedro Molina, decidido a solucionar el problema, el 6 de Agosto de 1822 envió a la sala de Representantes un proyecto que fue aprobado en el día, creando un cuño provincial. Allí serían troqueladas monedas de buena ley y peso exacto, «tomando como modelo el signo de la cortada», o sea, el diseño de las antiguas macuquinas. Más tarde se hace extensiva la labración a ochavos de real de cobre con las armas de Mendoza, lo que en la práctica no pudo ser llevado a cabo por las dificultades técnicas que planteaba la acuñación de tales piezas.
En Enero de 1823, el cuño ya estaba en condiciones de iniciar su trabajo, pero el gobernador y los legisladores aún no se habían puesto de acuerdo sobre el tipo y valores de las monedas a emitir, proponiéndose no sólo fabricar ejemplares de plata sino también de oro, en un exceso de optimismo. A modo de ensayo se batieron, en noviembre de 1822, treinta y seis monedas de plata con la fecha del año siguiente. La ceca actuaba bajo la dirección de José Arroyo; se desempeñaba como tallista el potosino Pedro Miranda. En febrero de 1823 se habían emitido algunos miles de pesos en macuquinas, utilizándose vajilla de plata entregada por particulares. Casi inmediatamente, los monederos falsos comenzaron también su labor.
Esta facilidad para fabricar macuquinas en talleres clandestinos, movió al gobierno a proponer la acuñación de oro y plata imitando el modelo patrio de Potosí, con el mismo peso, ley y diámetro, pero con la marca de la ceca de Mendoza, compuesta por sus iniciales; estas monedas no llegaron a emitirse. Mientras tanto, las falsificaciones se extendían desmesuradamente.
En septiembre de 1823 ya nadie mandaba labrar plata al cuño y la ceca languidecía, mientras las autoridades estudiaban la forma de prohibir y recoger las piezas ¡legales, lo que produjo una gran inquietud en el pueblo, que sólo utilizaba este numerario. Por otra parte, la norma que penaba con la muerte a los monederos clandestinos, no se aplicaba, y el descontento general crecía.
El mes de diciembre fue de enorme agitación; culminó con la decisión oficial de aplicar una contramarca a toda moneda de buena ley, lo que se hizo efectivo desde enero de 1824. En la Legislatura seguían, mientras tanto, las discusiones y los proyectos para remediar la grave crisis que afectaba al comercio, especialmente con las provincias limítrofes, donde la moneda falsa mendocina había sido vedada.
En marzo de 1824, Molina resuelve sacar de circulación todas las falsificaciones, incluyendo las piezas reselladas que se estaban imitando en Chile. Los tenedores de tal moneda habrían de sufrir una pérdida que, estimada en el 25 por ciento, se redujo luego al 12, del cual la provincia tomaba a su cargo un 2 por ciento. Ello produjo en Cuyo un aumento de los artículos de primera necesidad, y la negativa del comercio a admitir estas piezas. Se inicia un motín popular, el gobernador es destituido, y se elige en su lugar a Juan Agustín Maza. Al poco tiempo, este es reemplazado por José Albino Gutiérrez, quien impone el cambio de moneda con la pérdida del 10 por ciento para los tenedores y la entrega de vales por toda suma que excediera los tres pesos.
Con esto termina el primer episodio de acusación de moneda en Mendoza. Aún hoy es difícil determinar cuáles fueron las monedas macuquinas emitidas por esa provincia. Se conocen piezas de 2 y 4 reales, imitación de las macuquinas de Potosí, con las letras P-A-M-A en cada cuartel del reverso, que se clasifican habitualmente como de esa procedencia. Son también mendocinas las monedas contramarcadas o reselladas con un punzón, que muestran una pequeña balanza y la palabra FIDELIDAD .
La troquelación de macuquinas se extendió también a La Rioja , favorecida por la existencia de las minas del Famatina, explotadas desde la época colonial. Su gobernador, Nicolás Dávila, intentó en 1821 una emisión propia de monedas redondas que imitaban las piezas patrias de Potosí, del valor de 2 reales. El ensayo se hizo en Chilecito, pero la falta de material técnico adecuado no permitió continuar esta labración experimental. En cambio, prosperó la más fácil tarea de batir macuquinas de imitación.
Las primeras monedas labradas en la ceca de Chilecito tenían una fecha anómala. Más tarde sustituyeron el antiguo PLVS VLTRA por la palabra RIOXA , que indicaba su procedencia. Con este tipo se conocen piezas de 1821, 1822 y 1823. Se acuñaron monedas de ½, 1, 2 y 4 reales; estas últimas, son extremadamente raras.
Poco se sabe de las macuquinas riojanas, salvo el hecho de que su labración concluyó al trasladarse la Casa de Moneda a la ciudad capital de la provincia, y que las piezas de Chilecito fueron retiradas de circulación en 1824.
Las acuñaciones riojanas
El gobierno riojano veía con sumo interés la instalación de una casa de moneda, pues ese era el único medio de progreso que vislumbraba para sus habitantes. Esa provincia contaba con las pastas de plata procedentes del Famatina, pero carecía de recursos para abonar los primeros gastos del establecimiento. Por ello el Gobernador Baltasar Agüero dispuso establecer la ceca mediante una suscripción de acciones entre particulares, por valor de 1000 pesos cada una, integrada en dos cuotas trimestrales, por un término de cinco años ampliado luego a diez. Esto ocurría en agosto de 1824. Ya entonces se encontraban en La Rioja nuevos útiles y herramientas enviados desde Buenos Aires, y se había podido construir una máquina de amonedar, con bronce obsequiado por la provincia de Córdoba. El 31 de marzo de ese año se conocieron las muestras de las primeras monedas redondas de cordón, del valor de 2 escudos de oro, así como de 2 soles y de 1 real de plata.
La suscripción inicial de acciones despertó poco interés, aunque participó en ella una sociedad de financistas porteños cuya cabeza visible era Braulio Costa. Al no reunirse los fondos necesarios, se decidió refundir la primitiva asociación en una nueva, en la que intervino además Juan Facundo Quiroga y donde los capitales porteños formaron mayoría. La sociedad se denominó Banco de Rescates y Casa de Moneda de la Rioja ; sus estatutos fueron aprobados el 30 de Julio de 1825
.Las acuñaciones de la primera etapa imitaban a las monedas patrias de Potosí: mostraban un sol radiante y un escudo nacional sin sol, incluyéndose las iniciales RA como marca de ceca. A partir de 1826 ostentaron además la letra P del ensayador Manuel Piñeyro y Pardo. En el mismo año se lanzaban a la circulación las primeras onzas de oro de 8 escudos, y se emitían también piezas de plata de 8 reales, todas de excelente factura.
Las labraciones en oro y plata continuaron durante los años siguientes, variando, en los patacones, la cantidad de hojas de laurel y el tamaño del sol. A las abundantes piezas de 2 soles batidas en 1826, sucede un período de interrupción de las acuñaciones de este valor, que sólo reaparecerá en 1842; en cambio, en 1828 y 1832 se troquelan las primeras monedas de 4 soles. Los realitos riojanos (1 real), profusos en 1824, fueron escasos en 1825, cuando se acuñan, por última vez, piezas de dicha denominación.
En 1829 la ceca sufre las primeras consecuencias de la guerra civil: sus instalaciones son desmanteladas y sólo emite unas pocas onzas de oro, de las cuales en la actualidad se conocen nada más que dos ejemplares. Derrotado Quiroga en La Tablada y después en Oncativo, el General Gregorio Aráoz de Lamadrid ocupa la provincia y se proclama Gobernador. Trata de poner en funcionamiento la ceca, pero las labraciones se inician apenas a fines de septiembre de 1830. Por esta razón, las onzas de ese año son realmente raras, como así también los pesos de plata. Este tipo, imitando las piezas patrias de Potosí, se batirá casi sin interrupciones hasta 1837, pero el año anterior había tenido lugar una importante variación en las monedas de oro.
En efecto, después del asesinato de Quiroga en 1835, el Brigadier Tomás Brizuela -hombre fuerte de La Rioja- propone a la Legislatura la acuñación de piezas con el retrato de Juan Manuel de Rosas. La iniciativa tiene el apoyo del Gobernador Juan Antonio Carmona y los diputados resuelven favorablemente el proyecto. Las monedas llevan el busto del mandatario porteño, con una leyenda debajo: ROSAS . En su circunferencia se lee: » REPUBLICA ARGENTINA CONFEDERADA «. El «gran sello» de la provincia (el cerro de Famatina, con trofeos en su base) aparece estampado en el reverso, acompañando la inscripción: » POR LA LIGA LITORAL SERA FELIZ «.
El 12 de Septiembre de 1836 se comunica la novedad a Rosas, a quien se le envían además, por mano del teniente coronel Juan Antonio Maurín, seis ejemplares de la onza de oro. El Gobernador de Buenos Aires contesta por oficio del 16 de Noviembre, señalando, entre otras cosas, «la inexplicable sorpresa que ha producido en el ánimo del infrascripto un anuncio de tanta magnitud… cuanto jamás pudo imaginarse que la benemérita provincia de La Rioja , por muy grande que fuese el aprecio que hiciese de sus servicios, llegase ni remotamente a darles un valor correspondiente a tan alta e inestimable demostración». Más adelante protesta su fidelidad y deberes de buen argentino, y dice no hallar otra forma de manifestar su gratitud que «rogando encarecidamente a S.E. el señor Gobernador de La Rioja quiera llamar nuevamente la atención de los señores representantes de la provincia… restableciendo en el tipo de la expresada moneda los símbolos de Unión y Libertad… y expresando cuanto más en las respectivas inscripciones los objetos que se ha propuesto en la variación sancionada.»
Insisten los riojanos, ratificando la ley anterior el 19 de Enero de 1837, pero Rosas se mantiene inflexible y, por oficio del 27 de Febrero, vuelve a rechazar el homenaje, alegando, entre otros argumentos, que «su razón y conciencia no permiten al infrascripto, variar el juicio que se ha formado sobre tan grave y delicado negocio».
Así fue como la Sala de Representantes, el 19 de Junio, abroga la cuestionada ley y dispone al mismo tiempo grabar en la moneda el sello de la provincia con trofeos militares, y la inscripción: REPUBLICA ARGENTINA CONFEDERADA , mientras en el reverso aparecía la leyenda laudatoria ETERNO LOORAL RESTAURADOR ROSAS .
La ley entró en vigor en 1838; se acuñaron entonces, con el nuevo modelo, pesos de plata y onzas de oro, que también fueron emitidos en 1839 y 1840.
Preciso es explicar, a esta altura, que las autoridades de La Rioja querían algo más que rendir tributo a don Juan Manuel: buscaban crear una moneda nacional -como uno de los pasos tendientes a la fundación del Estado Nacional-, y para eso se necesitaba la aceptación de quien era el virtual jefe supremo de la Argentina. Una carta de Brizuela a Rosas ilustra, con meridiana claridad, los alcances de la iniciativa fiduciaria: «Decidió más mi intento la consideración, que me lisonjeaba, de que con este proyecto nos acercábamos más y más a una Constitución Nacional…». La negativa del caudillo bonaerense se explica, así, en todo su sentido: no le disgustaba tanto el homenaje como la posibilidad de ir organizando política y jurídicamente a la Argentina.
Cobres federales y emisiones privadas
A consecuencia de la revolución del 11 de Septiembre de 1852, Buenos Aires se escindió de la Confederación , que fijó su capital en la ciudad de Paraná, según lo anotáramos. Mientras los porteños emitían billetes y monedas de cobre, los federales se veían obligados a restañar su penosa situación financiera. Con tal fin, el 9 de Diciembre de 1853 se aprobó el Estatuto para la Organización de la Hacienda y Crédito Público, obra de Mariano Fragueiro, ministro del ramo, que creaba el Banco Nacional de la Confederación Argentina , autorizado a emitir billetes y acuñar metálico, y, más tarde, a recibir moneda cordobesa y riojana.
El 26 de Enero de 1854 se dispuso la confección de monedas de cobre, lo que era imposible de realizar en las dos cecas de la Confederación ; por ello se contrataron en Europa, por un importe de 100.000 pesos. Los valores a acuñar eran de 4, 2 y 1 centavos, denominación que por primera vez aparece en la historia de la moneda argentina. Las piezas llevaban, en su anverso, un sol con la leyenda circular CONFEDERACION ARGENTINA; en el centro del reverso, el valor y la leyenda perimetral TESORO NACIONAL-BANCO.
Estas monedas fueron lanzadas a la circulación el 18 de Enero de 1855, remitiéndose a partir de entonces a las demás provincias argentinas. En 1856, los cobres se utilizaban en todo el territorio de la Confederación -excepto, obviamente en Buenos Aires-, por lo que estas monedas son las primeras de verdadero carácter nacional desde las acuñaciones patrias de 1813 y 1815.
La historia de estas piezas se perdió lamentablemente con el Archivo de la Confederación , pero se sabe que no fue ajeno a ellas un antiguo prestamista brasileño, José de Buschenthal. Parte de estas labraciones se hizo en Inglaterra, presumiblemente en alguna de las manufacturas de fichas y botones de esa época. Sin embargo, existe una partida de cobres de 4 centavos, que quizá fue troquelada en Brasil.
Entre 1860-61 -últimas emisiones riojanas, últimas de Buenos Aires- y 1881 no hubo acuñación de moneda metálica en nuestro país. La escasez de numerario se fue paliando con divisas de los países limítrofes, especialmente de Bolivia. Pero aparecen también emisiones privadas dignas de mención.
La primera de ellas fue realizada en la Colonia San José, establecimiento fundado por justo José de Urquiza en 1857, en parte de sus tierras, con colonos procedentes de Suiza e Italia. Estos, que se afincaron en la zona, dieron origen a una floreciente ciudad agrícola-ganadera. Hacia 1867, sin embargo, la penuria de monedas en la colonia producía graves inconvenientes en las transacciones, ya que los habitantes, de origen extranjero, no alcanzaban a comprender las fluctuaciones del papel moneda y los vales emitidos entonces en Entre Ríos y otras provincias argentinas.
Urquiza concibió la idea de labrar piezas de plata del valor de medio real, con lo que pretendía solucionar el problema. Para ello pidió el concurso del grabador italiano Pablo Cataldi, quien acuñó pequeñas monedas con el escudo de Entre Ríos en el anverso, y en el reverso, en seis líneas: MONEDA CIRCULANTE DE SAN JOSE, UN MEDIO, 1867; las piezas tenían canto estriado y un peso de 1,7 gramos .
Moneda eminentemente local, se utilizó en forma restringida, avalada sobre todo por el prestigio de su emisor, quien tal vez desconocía la famosa Ley de Gresham. Ella nos enseña que cuando dos monedas se encuentran en circulación, siendo una buena y otra mala, la primera desaparece casi de inmediato, quedando en circulación sólo la última. Eso fue lo que ocurrió en Entre Ríos: las moneditas de plata fueron acaparadas por el público y se llegó a pagar por ellas hasta dos reales, cuatro veces más.
Es curioso señalar que Cataldi, gravemente afectado en su salud mental, utilizó luego los cuños de San José para troquelar diversas piezas de fantasía, combinando sus anversos y reversos con otros, imaginarios, de su invención.
Otra acuñación privada fue hecha por el francés Orélie-Antoine de Tounens, autotitulado rey de Araucania y Patagonia. Este personaje, procurador en Périgueux y aficionado a las aventuras, desembarcó en 1860 en el Sur de Chile.
Al tomar contacto con los indios mapuches -que conservaban su soberanía sobre una extensa zona-, pudo convencerlos de fundar un reino y se hizo proclamar monarca con el nombre de Orélie-Antoine. Poco tiempo después se anexaba por decreto toda la Patagonia argentina.
Los gobiernos de nuestro país y de Chile intervinieron rápidamente; Tounens fue detenido y enviado a Chile, donde quedó bajo la protección del cónsul francés, quien consiguió salvarlo, enviándolo de retorno a su tierra.
En París, mediante una hábil publicidad, Tounens logró conmover a la opinión pública en su favor, y organizó una expedición a su lejano reino. Hubo tres intentos de llegar al Sur; en uno de ellos, fue reconocido y detenido en Bahía Blanca, volviendo definitivamente a Francia. En 1874 acuñó monedas de plata y cobre con el nombre del rey de Araucania y Patagonia, que distribuyó entre sus amigos, y que nunca vinieron a nuestro país.
Más tarde, Tounens creó la Orden de la Constelación del Sur, que otorgó a diversas personalidades. En la actualidad existe también un pretendiente al trono de Araucania y Patagonia. Tounens falleció el 19 de Septiembre de 1878.
La tercera acuñación privada que se vincula con nuestra historia monetaria, es la realizada por Julio Popper en Tierra del Fuego. Este ingeniero rumano llegó a Buenos Aires en 1885, y al año siguiente realizó exploraciones y cateos en Tierra del Fuego, donde se habían descubierto ricos yacimientos auríferos.
En 1887, en el paraje llamado El Páramo (Bahía de San Sebastián), fundó los «Lavaderos de Oro del Sur», para explotar racionalmente los recursos de la zona. Popper y sus mineros consiguieron extraer interesantes cantidades de oro aluvional, compuesto en un 86,4 por ciento de fino y un 13,6 por ciento de plata.
Para facilitar las transacciones que se hacían en pepitas u oro en polvo, y con el fin de alimentar al mismo tiempo su leyenda de empresario poderoso, Popper acuñó discos de oro con el peso de 1 y 5 gramos , que llevan su nombre y el de su establecimiento, al estilo de los emitidos en California durante la fiebre del oro. También estableció un sistema de correos con estampillas propias, situaciones que dieron lugar a la intervención judicial.
Aunque Popper señaló en el juicio que se trataba de simples medallas, las piezas fueguinas deben ser consideradas monedas en el sentido más primitivo del término: piezas de oro cuyo peso y ley fue garantido por una autoridad, en este caso, privada. Las más antiguas se fabricaron en El Páramo con cuños grabados por el Propio empresario. Son de tipo tosco y primitivo, debido a la precariedad de medios, y constituyen hoy una rareza. Una segunda emisión, más perfecta, se encargó a la Casa de Moneda de la Nación. Ambas series llevan fecha de 1889. El fallecimiento de Popper, en 1893, truncó el impulso de esta empresa.
La Casa de Moneda
Se ha dicho que a partir de 1860-61 y hasta 1881 no se acuñó ni emitió moneda metálica en el país: la ceca riojana cesaba en sus troquelaciones en 1860 (dos reales y medios reales de plata, a nombre de la Confederación Argentina ), y la de Buenos Aires lo hacía en 1861 (cobres de a dos reales).
La anarquía en materia de circulante se agravó entonces, hasta límites increíbles, por la casi absoluta escasez de numerario metálico propio y la subsiguiente oscilación en el valor de los billetes de Banco. De ahí el profuso empleo, en las transacciones -y la profusa falsificación-, de divisas extranjeras, especialmente plata boliviana y, en menor medida, chilena y peruana.
Salvo las labraciones de 1813 y 1815 en Potosí, apenas si había vuelto la Argentina a contar con una moneda nacional: es que tampoco tuvo Estado Nacional verdadero de 1810 a 1853, en realidad, hasta 1862. Los cobres del Banco Nacional de las Provincias del Río de la Plata (1827) fueron aquella moneda solamente en la teoría; más cerca estuvieron las piezas de plata de Córdoba (1854), y aun más las riojanas (1854-60), pues, según se ha visto, esas emisiones dependían del Gobierno de Paraná. Quedan así en lugar eminente los cobres de 1, 2 y 4 centavos lanzados a la circulación en 1855, que, a diferencia de aquellas emisiones, se utilizaron en todas las provincias, como se anotara.
El Gobierno de Paraná -al que, es sabido, no respondía Buenos Aires- quiso remediar la falta de una moneda nacional creando, con la venia del Congreso General Constituyente, por la ya citada ley del 9 de Diciembre de 1853, el peso de plata de una onza castellana de peso y 10 dineros de fino (esto es, de 23,963 gramos de plata pura); sobre esta base expidió billetes del Banco Nacional de la Confederación Argentina , cuya suerte fue desastrosa. En cuanto a piezas metálicas, sólo emitió los cobres mencionados, por un total de 100.000 pesos.
A fines de 1854, el Congreso Federal sancionaba la Ley 15 autorizando al Poder Ejecutivo a acuñar monedas de plata de 1 peso y de 50, 20, 10 y 5 céntimos. La unidad, que recibió el nombre de colón, era un peso similar al de 1853 (en lugar de los 16 adarmes de la onza castellana de plata, se fijaron 14 adarmes de peso; la ley seguía siendo de 10 dineros de fino, o sea, 833,33 milésimos). Pero la angustiosa situación económica impidió la troquelación de estas piezas.
Por ello, el Congreso de Paraná optó en 1855 por considerar al peso plata como moneda de cuenta, tomándolo por base para fijar el valor de las piezas de oro más usadas en el país (onzas de España y las repúblicas iberoamericanas, libras esterlinas, águilas estadounidenses, etc.). La provincia de Buenos Aires estableció el mismo sistema de paridades en 1857. Estas cotizaciones serían revisadas en 1860, 1862 y 1863.
La Ley 733, del 29 de Septiembre de 1875, avanzó más, estatuyendo como unidad monetaria al peso fuerte, moneda de oro de un gramo y dos tercios de peso, y 900 milésimos de fino (o 1,5 gramos de oro puro), que sería acuñada en piezas de 5 pesos, denominada medio colón, de 10 (colón) y de 20 (doble colón). También creaba monedas de plata, desde cinco centavos a un peso (definido como de 27,110 gramos y 900 milésimos de fino), y piezas de cobre de 2 y 1 centavos. La unidad así determinada se inspiraba en la que aconsejara el Congreso Europeo de Economistas reunido en París en 1867, y que adoptara Japón en 1873 (en efecto, 5 pesos fuertes equivalían a 5 yen de aquel país). La Ley 733, en fin, ordenaba la instalación de dos cecas, una en Buenos Aires y otra en Salta.
Ninguna de las estipulaciones de esta norma llegarían a ejecutarse, salvo una. A mediados de 1879, el Poder Ejecutivo envió al Congreso un proyecto de ley para acordar un nuevo sistema, cuya moneda principal sería una pieza de oro, el argentino, de 8,064 gramos y 900 milésimos de fino; la moneda Mayor de plata, el peso ( 25 gramos y 900 milésimos de fino), representaría la quinta parte del argentino. Pero el Congreso se limitó a aceptar el peso plata de 25 gramos (Ley 974, 16 de Septiembre), manteniendo su resolución de 1875 sobre las monedas de oro. Tampoco hubo emisiones de aquella pieza, que concordaba con el régimen implantado en Europa por la Unión Monetaria Latina.
Detrás de la iniciativa gubernamental de 1879 estaba el ministro de Hacienda, Victorino de la Plaza. A él y al Presidente Nicolás Avellaneda se debe la Comisión Especial de Monedas, organismo que en 1877 presentó, entre otros trabajos encomendados, los informes y planos del ingeniero Freund relativos al montaje de una ceca en la ciudad de Buenos Aires, como lo disponía la Ley 733.
A consecuencia de tales estudios, fue sancionada el 15 de Octubre de 1877 la Ley 911, que autorizó al Poder Ejecutivo a invertir hasta 267.000 pesos fuertes en la instalación de una Casa de Moneda en Buenos Aires, y a enviar a Europa a uno de los ingenieros del Estado para que examinase los procedimientos y maquinarias de acuñación.
De este modo, el ingeniero Eduardo Castilla recorrió – en 1878- cecas inglesas, belgas y francesas, celebrando algunos contratos ad referendum para la adquisición de implementos. En París, acordó el grabado de cuños con el famoso artista A. Barré, cuya firma aparecía en las monedas francesas de entonces; el fallecimiento de Barré, al poco tiempo, obligó a la búsqueda de otro grabador.
De este período data una serie de muestras y ensayos de piezas, propuestos al Gobierno Argentino, destacándose por su elevada calidad los acuciados en Bruselas por Carlos Würden, el más alto valor de los cuales se denominaba «un patacón». Mientras Castilla hacía su gira por Europa, la Municipalidad de Buenos Aires donaba un terreno en la esquina de Defensa y México. Licitada la parte de albañilería, comenzaron los trabajos en Julio de 1879; la Casa de Moneda fue inaugurado el 14 de Febrero de 1881, con el ingeniero Castilla como director.
Cinco meses después, en Julio, el Presidente Julio A. Roca planteaba al Congreso una iniciativa monetaria, que esta vez tendría fortuna.
Sin modificaciones sustanciales, las Cámaras se expidieron el 3 de Noviembre de 1881, convirtiendo el proyecto en la Ley 1130, que establecía como unidad monetaria el peso de oro de 1,612 gramos y 900 milésimos de fino, y el peso de plata de 25 gramos y 900 milésimos de fino. Las piezas de oro serían el argentino ( 8,064 gramos , como en la iniciativa de 1879), con valor de 5 pesos, y el medio argentino ( 4,032 gramos ), de 2 ½ pesos. Las piezas de plata, además del peso, incluirían monedas de 50, 20, 10 y 5 centavos. En cuanto a los cobres, se los fijaba en 1 y 2 centavos.
La ley 1130, promulgada el 5 de Noviembre, terminó con la anarquía monetaria en el país.
Del oro al cuproníquel
Muerto el escultor Barré, el ingeniero Castilla contrató con el grabador más renombrado de la época, el francés Eugéne André Oudiné (1810-1887), el tallado de los cuños para la moneda creada. Tanto las piezas de oro como las de plata y cobre mostraban en su anverso un escudo argentino cargado de banderas, con dos cañones al pie, y en el reverso una elegante cabeza de la Libertad , con los cabellos sueltos al viento bajo el gorro frigio.
En su época se consideró al argentino, acertadamente, una de las más bellas monedas nacionales. Emitida sin interrupción desde 1881 hasta 1889, se acuñó una nueva y última partida en 1896: desde entonces, no se amonedó oro en la Argentina. Las piezas de 2,50 pesos fueron troqueladas en 1884, aunque por tratarse de una moneda de difícil ejecución sólo se hicieron circular 421 ejemplares (el total de argentinos, en cambio, fue de 6.343.022).
Las labraciones de plata, iniciadas a fines de 1881, cesaron en 1884, sin que se hubiera acuñado el valor de 5 centavos. Las monedas más raras de la serie fueron las de 10 y 50 centavos batidas en 1881; de ellas se fabricaron 1.020 ejemplares por cada una. Le siguen en escasez las de 20 centavos, con 2.018 unidades. Mientras tanto, en 1885 fue decretada la inconversión y el curso forzoso de los billetes, medida que se levantó en 1889, después de que el Congreso (Ley 3871, del 31 de Octubre) asignara al peso papel valor de 44 centavos de oro en lugar de los 100 centavos que tuviera a partir de 1881. Así, 1 peso oro se cotizó a 2,27 pesos papel (moneda nacional).
Las monedas de cobre, de gran tamaño, se troquelaron en abundancia entre 1882 y 1896. En general, son mucho más escasas las de un centavo, pues este valor representaba sólo la tercera parte de lo fabricado en piezas de dos centavos. Es interesante señalar que estos cobres, por ser de igual tamaño, peso y aspecto que los acuñados en Europa por la Unión Monetaria Latina, aunque de menor valor, eran exportados en altas cantidades a Francia, Italia y España, motivando su escasez en nuestro país.
Interrumpidas todas las acuñaciones en 1896, por antieconómicas, sobrevino una abrumadora demanda de numerario menor para las transacciones. El Gobierno emitía entonces billetes fraccionarlos de 5, 10 y 20 centavos; pero no sólo eran costosos, sino que por su empleo excesivo se deterioraban con facilidad, lo que obligaba a renovar continuamente las impresiones. La solución fue dada por la Ley 3321 del 4 de Diciembre de 1895, que dispuso la acusación de monedas de cuproníquel (75 por ciento de cobre y 25 por ciento de níquel), en los valores de 5, 1 0 y 20 centavos y con un peso de 2, 3 y 4 gramos respectivamente.
La duración de estas monedas se estimó en cuarenta años y su circulación resultó profusa, extendiéndose, con algunas interrupciones, entre 1896 y 1942. Se denominaban vulgarmente «níqueles», y los cospeles eran importados de Alemania y los Estados Unidos, lo que suscitó problemas de aprovisionamiento durante la primera y segunda guerras mundiales.
La serie se completó en 1941 con el valor de 50 centavos en níquel puro, pieza popularmente bautizada de «chanchita», que tuvo una breve vida. En efecto, el propio Banco Central -a cargo de las emisiones desde 1935-, que había acuñado casi once millones de piezas, hizo fundirlas a fin de vender el níquel en lingotes, debido a la demanda de este metal provocada por la guerra.
Junto a las monedas de cuproníquel seguían circulando, en la década de 1930, los viejos cobres de la Ley 1130, anticuados por su tamaño.
Como culminación de estudios realizados en la materia, se sancionaron en 1939 los decretos 29.159 y 45.560, que ordenaron reemplazarlos por nuevas piezas más modernas de este metal.
Los tipos propuestos, del valor de 1 y 2 centavos, se componían de 95 partes de cobre, 4 de estaño y 1 de zinc, mezcla considerada ideal. Las monedas llevaban el escudo nacional (simple) en el anverso y el valor entre laureles en el reverso. La aleación fue mantenida durante un tiempo, pero debió ser abandonada y las piezas se batieron en cobre puro electrolítico; el diseño, por esta razón, aparece generalmente en forma borrosa. Las monedas de dos centavos dejaron de ser acuciadas en 1950, mientras las de un centavo lo habían sido en 1948.
En 1942, se intensificó la demanda internacional de níquel por las necesidades bélicas y ello produjo sensibles mermas en las existencias de cospeles del Banco Central. A fin de no interrumpir las labraciones, y como medida de emergencia, el Decreto 119.976 dispuso emitir piezas de 5, 10 y 20 centavos en discos nacionales de bronce de aluminio.
La nueva moneda mostraba un moderno busto de la Libertad , grabado en 1940 por el escultor francés Lucien Bazor para un proyecto monetario que fuera desechado entonces.
El centro del reverso, de diseño más pobre, consignaba el valor, flanqueado por una espiga de trigo y una cabeza de toro.
Estas piezas de bronce de aluminio se acuciaron desde 1942 hasta 1950, año en que, superado el problema, recomenzaron las labraciones en cuproníquel con una serie conmemorativa del centenario de la muerte del General José de San Martín. El prócer aparece en su ancianidad, tal como luce en el daguerrotipo de París de 1848. Todas las monedas ostentaban la leyenda AÑO DEL LIBERTADOR GENERAL SAN MARTIN , eran de excelente factura técnica y se batieron en cospeles importados de Alemania Federal.
En 1951, la Casa de Moneda -cuyas nuevas instalaciones, avenida Antártida Argentina 1385, fueron inauguradas el 27 de Diciembre de 1944- renovó sus maquinarias incorporando volantes de acuñación de alta velocidad, lo que permitió continuar hasta 1953 con las emisiones de cuproníquel sanmartinianas, suprimida la leyenda conmemorativa del centenario. En 1953 se reemplazó ese metal por acero enchapado.
Entre 1952 y 1956 retornan las monedas de 50 centavos, troqueladas con el retrato del Libertador. En ese último año, se graba en los cuños la antigua efigie de la Libertad del artista Oudiné y se baten monedas de un peso a partir de 1957. En 1960, la emisión corriente de este valor se alterna con una pieza en honor del sesquicentenario de la Revolución de Mayo.
La progresiva aunque lenta desvalorización de nuestro peso, condujo a la interrupción de las acusaciones de monedas de baja denominación. Utilizándose cospeles de las anteriores piezas de 20 y 50 centavos de acero enchapado en níquel, convertidos de circulares en dodecagonales, aparecen en 1961 monedas de 5 pesos con la Fragata Sarmiento y en 1962 de 10 pesos con la estatua El Resero, del escultor Emilio Sarniguet. En 1966, se emitió una moneda de 10 pesos conmemorativa del sesquicentenario de la Independencia , con vista de la histórica Casa de Tucumán.
Dos años antes habían aparecido por primera vez monedas de un valor inédito: 25 pesos; se utilizaron cospeles dodecagonales y llevaban la reproducción de la primera moneda patria. En 1968 se hizo una pieza del mismo valor, recordatorio del centenario de la asunción presidencial de Domingo Faustino Sarmiento.