Encuentran un sistema de escritura que sería el más antiguo de América

Pertenece a la civilización olmeca y dataría del siglo IX antes de Cristo.

Arqueólogos mexicanos encontraron en el sur de Veracruz una piedra con un sistema de escritura desconocido, que sería el más antiguo de América. Pertenece a la civilización olmeca y dataría del siglo IX antes de Cristo.

La losa mide 21 centímetros de ancho, 36 de largo y 13 de espesor. Se la conoce como «el bloque de Cascajal», por la cantera donde fue hallada. Los obreros la llevaron a los arqueólogos María del Carmen Rodríguez, del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y Ponciano Ortiz, del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, quienes fueron al lugar en busca de otros objetos, eventualmente de la misma época. Su informe, compartido con otros colegas, se publica hoy en Science.

Hallaron fragmentos de vasijas y de figurinas, que permitieron datar el conjunto. La fecha coincide con el estilo de los glifos, algunos de ellos ya vistos en monumentos olmecas.

En Egipto y en la Mesopotamia, la escritura se desarrolló alrededor del año 2700 a.C. En América, los glifos más antiguos con características de escritura eran de origen maya, pintados en las ruinas de San Bartolo (Guatemala), que datan de 200 a 300 a.C. Se habían hallado glifos olmecas —la cultura más antigua de Mesoamérica— fechados alrededor del año 650 a.C., pero no llegan a conformar una escritura.

«Más de la mitad de los que aparecen en el bloque Cascajal se conocían en monumentos. Resaltan, por ejemplo, atributos de sacerdotes o del maíz; pero son elementos accesorios, que le dan un valor simbólico al monumento. En el bloque no están como acompañamiento sino solos, con una intención de registro», contó a Clarín el arqueólogo Alfredo Delgado, del INAH en Veracruz.

El bloque contiene 28 símbolos diferentes; algunos están repetidos, y en total hay 62 inscripciones. «Los glifos están asociados en hileras, como si fueran renglones —describió Delgado—. Algunos se van repitiendo de tanto en tanto, están agrupados. Hay símbolos que abren o cierran estos grupos, no necesariamente oraciones pero sí ideas».

El primer símbolo es una abeja, a la que siguen dos flores. Ortiz subrayó «la presencia repetida de la abejita; algunos recipientes sugieren que podría estar vinculado con la producción de miel». También se reitera una mazorca.

Los arqueólogos creen que es un listado de los tributos que pagaban, un registro del ingreso de mercadería a un depósito. Delgado señaló que hasta ahora no había constancia de que los olmecas pagaran tributos. «Quizá no en especies, pero sí en trabajo, por ejemplo, para el traslado de las cabezas colosales —señaló—. Y para el intercambio de productos exóticos venidos de lejos, como el jade, seguramente entregaban algo a cambio».

El arqueólogo destacó algo curioso: se llega a ver glifos que fueron borrados —raspados en la frágil piedra caliza— para volver a escribir encima. «Es una especie de palimpsesto: cuando esa escritura dejaba de ser funcional, se borraba y se volvía a escribir».

A menos que se encuentren más piezas similares, los arqueólogos dudan de poder descifrar esta inscripción. «Esta es una escritura que nace en la zona, y en la misma zona muere. No tuvo continuidad», indicó Delgado. No será fácil: muchos sitios olmecas están bajo pantanos, a 9 metros de profundidad.

La trama secreta de los nuevos dólares falsos

Su presencia ha causado pánico en países Sudamericanos

Desde hace varios años, las fuerzas policiales de todo el mundo han perseguido a un cártel de criminales que han logrado distribuir los billetes de dólares americanos mejor falsificados que jamás se hayan producido. Las falsificaciones son tan reales que en muchos casos ni siquiera los expertos son capaces de notar la diferencia, incluso han podían pasar sin problemas por los bancos y canjearse en las casas de cambio de divisas.

Es conocido por todos que la falsificación correspondiente a las series del 2001, de 100 dólares, trajo a las instituciones financieras y al público varios dolores de cabeza, pero gracias a los sistemas Docutector se los puede detectar fácilmente. Muchos de sus errores son sutiles, tanto de impresión como de la absorción en IR para el caso de su tinta magnética.

Ahora bien, la segunda edición de la falsificación de 100 dólares, correspondiente a la Serie 2001 corrigió esta falla, visible solo en IR; pero aun presenta una sutil diferencia ahora en las bandas de absorción de IR del dorso, aquí se corrigió los problemas del frente y se mejor el dorso en lo referido a la absorción IR de su tinta.

El problema serio surge, ahora, con la increíble emisión de la nueva falsificación que se denomina Serie 2003, que llego a mediados de este año al país. En ella estos errores sutiles fueron corregidos y la diferencia es tan sutil, con los verdaderos que solo los expertos y con ayuda de recursos especiales como los sistemas Docutector son los únicos que pueden detectarlos.

Concientes de esto los investigadores de Docutector por fin han desarrollado la solución que permite descubrir esta increíble falsificación 2003 (como todas sus predecesoras) ahora de manera automática y que fuera, recibida con todo éxito por el mercado internacional este año.

Estos excelentes, billetes falsos, conocidos como “superdólares 2003”, están hechos casi con el mismo papel, con la mismas tintas y lo mas increíble: con las mismas impresoras Calcográficas Suizas, como los auténticos. Durante algún tiempo, los superdólares han circulado por los bancos sin ser detectados. Fue necesaria una operación de infiltración policial a gran escala para descubrir cómo el mundo se estaba inundando con este excelente dinero falsificado.

La trama secreta de estos particulares dólares falsos, es conocida por pocas personas, pero podemos decir con seguridad que el rastro de este superdolar se inicia desde su impresión en Corea del Norte, y pasando por Moscú, para su distribución en gran escala, centro de operaciones de esta mafia (donde están implicados antiguos espías de la KGB y funcionarios , ellos son quienes distribuyen los falsos dólares en grandes cantidades entre los delincuentes.

Fueron ellos mismo los que asesinaron vicepresidente del Banco Central de Rusia, Andrei Kozlov, a mediados de septiembre del 2006 y fue el quien mejor los enfrento, pero esta mafia logro matar a su chofer y a el mismo Kozlov en las calles de Moscú hace pocas semanas. Kudrin Ministro de Finanzas de Rusia, Señaló a la prensa que “ Alexei Kozlov transgredió de manera reiterada los intereses de financistas deshonestos y de la mafia rusa».

En este trabajo que el funcionario asesinado preparo y que circula de manera reservada, muestra pruebas suficientes y contundentes que permiten llegar a la conclusión que estos dólares falsos son fabricados a gran escala por el aislado estado comunista de Corea del Norte.

Un desertor norcoreano que, según él, ha trabajado durante años en la falsificación de dólares declaro: “En Corea del Norte, este proyecto es tan importante como el programa nuclear”.

Los expertos coinciden en que el dinero falsificado ha sido puesto en circulación por diplomáticos norcoreanos cuando viajan al extranjero, con el fin de socavar la economía estadounidense, además de obtener un gran beneficio económico. El régimen comunista norcoreano ha respondido a estas acusaciones diciendo que todo es pura propaganda occidental imperialista.

La investigación ha descifrado con gran precisión los movimientos de este cártel internacional de falsificadores. Allí se demuestra que todo está siendo dirigido por un grupo bien organizado de criminales.

Todo indica que lo que empezó en Corea del Norte como una conspiración revolucionaria contra el capitalismo, se ha convertido ahora en un suculento negocio para una élite criminal.

Aunque algunos, para desviar la atención, han señalado a Pakistán de ser los fabricantes de dólares falsos, un funcionario del gobierno estadounidense dijo recientemente que los “súper billetes” esta comprobado que fueron elaborados en Corea del Norte.

Michael Merritt, Subdirector adjunto del Servicio Secreto de Estados Unidos, lo atestiguo durante una audiencia del Senado en Washington hace pocos meses atrás, y manifestó que su agencia ha establecido conexiones definitivas entre los excelentes billetes falsificados y Corea del Norte.

Mientras tanto, el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos está rediseñando el billete de cien dólares para combatir estas sofisticadas falsificaciones.

[featured]Agradecemos a Docutector quién nos manda la siguiente información[/featured]

El papiro de Derveni, el libro más antiguo de Europa, listo para ser exhibido

[featured]El documento es del siglo V a.C. y fue hallado en 1962 dentro de un jarro de bronce. Lo que se conserva son 226 pequeños pedazos, que fueron restaurados por arqueólogos y serán expuestos desde la semana próxima en Grecia.[/featured]

El Papiro de Derveni, el libro más antiguo de Europa del que se tiene conocimiento, será presentado al público el próximo jueves en el Museo Arqueológico de Tesalónica, anunció hoy el grupo de científicos responsable de su restauración.

Se trata de un documento encontrado en 1962 en un jarro de bronce que servía como tumba en Derveni, a diez kilómetros del puerto de esa ciudad del norte de Grecia, del siglo V a.C. El recipiente también contenía una corona de oro y otros objetos funerarios.

El papiro pudo ser traducido recién este año. Así se supo que el texto presenta una especie de ensayo sobre un poema de su época que analiza la filosofía sobre el génesis que imperaba en la región de Tracia y las ceremonias religiosas que constituyen los primeros pasos del monoteísmo.

Del original se salvaron 226 pequeños pedazos, que fueron ordenados en un cilindro de tres metros de largo y 9,5 centímetros de alto. Contiene 16 columnas de texto, descifrado por expertos internacionales encabezados por un académico de Oxford, Dirk Obbink.

El gobierno griego brindó gran apoyo al proceso de reconstrucción, conservación, estudio y publicación de la primera edición del libro.

[contentBox title=»Fuente» type=»info»]Link :http://www.clarin.com/diario/2006/10/06/um/m-01285089.htm [/contentBox]

Comunicación «B» 8825

Comunicación “B” 8825. Banco Central de la República Argentina 1 de diciembre de 2006

[featured]Banco Central de la República Argentina Comunicación «B» 8825 Ref.: Sistema Nacional de Pagos. Compensación electrónica de certificados de depósito a plazo fijo.[/featured]

03/10/2006; publ. 1/12/2006 A LAS ENTIDADES FINANCIERAS, A LAS CAMARAS ELECTRONICAS DE COMPENSACION: Nos dirigimos a Uds. para comunicarles que, teniendo en cuenta que a partir del día 24 de noviembre de 2006 se aplicará el truncamiento sobre la totalidad de los certificados de depósito a plazo fijo, dichos documentos se compensarán en un plazo de 48 horas hábiles. A tal efecto, las entidades presentarán a las Cámaras Electrónicas de Compensación el registro electrónico mediante la convención establecida y la imagen de todos los documentos, independientemente del importe de los mismos. Consecuentemente, con el propósito de facilitar la captura de la imagen de los certificados y la lectura de los mismos, se deberán observar las siguientes características de diseño: — Tamaño: Largo mayor o igual a 100 mm y menor o igual a 216 mm. Alto mayor o igual a 50 mm y menor o igual a 105 mm. — Color: La integración de los datos se deberá realizar en color negro, en tanto que los fondos de los certificados deberán observar una gama de colores que permita una lectura clara de dichos documentos en equipos de reproducción digital de imágenes, teniendo en cuenta el formato estándar TIFF Grupo 4 del C.C.I.T.T. (Comité Consultivo Internacional Telegráfico y Telefónico), con una resolución de 200 dpi, en blanco y negro. Asimismo, aquellas entidades que a la fecha antes señalada cuenten con un stock de certificados que no se encuadre dentro de las especificaciones descritas en la presente normativa, contarán con un plazo máximo de 6 meses para agotarlo. No obstante ello, tanto para los certificados constituidos dentro de dicho período como así también para aquellos ya emitidos que se presenten a la compensación con posterioridad al día 24/11/06, el plazo de compensación será en todos los casos de 48 horas hábiles.

Sobre el arte de la caligrafía

«Les escribo para transcribirles algunos párrafos de una novela que si bien no tiene que ver con nuestra profesión, me sorprendió gratamente encontrar que en uno de sus capítulos la protagonista decide aprender el arte de la caligrafía la cual le es enseñada por un beduino. Estoy convencida que a los amantes de la caligrafía le va a gustar la forma en la que de ella se habla. Sin más saluda atte. Natalia Arrieta«.

Primer impreso: letra del Himno Nacional Argentino

 Buenos Aires, 14 de Mayo de 1813

Acuñamiento de monedas

Las monedas españolas

Guiados por los mitos de la leyenda áurea, los españoles llegaron a estas tierras buscando la Ciudad de los Césares, el Paititi o Dorado. Muchos sueños y naves naufragaron en el Río de la Plata, que durante largo tiempo fue la región más pobre del Virreinato del Perú. Durante el período del descubrimiento y la conquista, la escasez de numerario resultó enorme; pocas monedas bajaban del Norte, y la ausencia de plata se hizo sentir, al punto que en el Paraguay y lo que hoy es la Mesopotamia argentina se valorizaron ciertos productos – yerba, trigo, lienzo, algodón-, que se utilizaron, dada la necesidad de intercambio, como medida común para las transacciones, con el simbólico nombre de moneda de la tierra.

En el Perú mismo, rico en minas de plata, faltaba la moneda metálica. Los españoles apelaron entonces a la circulación de unos tejos argentíferos, cuya ley fue mermando con el tiempo: los pesos corrientes. La composición de tales piezas, utilizadas como moneda, se calculaba sólo en un cincuenta por ciento de fino. Los virreyes combatieron sin tregua la circulación de esta mala plata, que, entre otros inconvenientes, presentaba el de eludir el impuesto del quinto real y se usaba con toda malicia para el pago de los indefensos indígenas.

Por tales circunstancias se fundó la Casa de Moneda de Lima (1565) y posteriormente la de Potosí (1573), creación esta última que epilogaba una breve experiencia del virrey Toledo en Sucre, donde pretendió instalar una nueva ceca. Sin embargo, el lugar indicado era la Villa Imperial : el cerro de Potosí, rico en venas argentíferas, podía proveer de suficiente metal para las labraciones, que comenzaron a partir de 1574. Las primeras piezas emitidas por la ceca potosina llevaban en su anverso un escudo imperial de España con todos sus dominios, timbrado de corona real, y en su reverso una cruz cuartelada de castillos y leones, cerrada por semicírculos en sus respectivos campos. Habiendo comenzado la acuñación durante el reinado de Felipe II, las monedas llevaban como leyenda perimetral la inscripción PHILIPVS D.G. HISPANIARVM ET INDIARVM REX . Mostraban además una letra P, que significaba Perú, y el valor generalmente aparecía consignado en números romanos; también figuraba la inicial del nombre o el apellido del ensayador, funcionario que garantizaba la aleación empleada en las emisiones y era por ello responsable de mantener la justa proporción de plata.

Las monedas de Potosí están estrechamente ligadas a la historia del ramo en la América del Sur: estas labraciones fueron durante muchos años el único circulante de nuestro territorio.

Las primeras piezas no llevaban fecha, la que comenzó a estamparse en 1617, bajo el reinado de Felipe III: por ello, toda clasificación cronológica anterior sólo puede hacerse por la inicial de los ensayadores y el estudio de sus respectivos diseños. Estos últimos se mantuvieron invariables hasta mediados del siglo XVII, cuando, al ser detectada una importante adulteración de piezas, se dispuso su cambio.

Desde entonces se cuidó celosamente la correcta ley de las monedas, modificándose el diseño en los cuños. Las piezas adulteradas fueron reducidas en su valor facial y después retiradas de circulación. Las nuevas emisiones, que empezaron a troquelarse en 1652, mostraban dos columnas asentadas sobre ondas de mar y atravesadas por el mote PLVS VLTRA. Las piezas de ese año todavía presentan diferencias en su diseño, pero en 1653 se acuerda un tipo definitivo, que será mantenido hasta 1773. La acuñación de todas estas monedas era primitiva. En una hornaza se fundía la plata, según las prescripciones del ensayador; luego, se confeccionaban los rieles de los que se cortaban los cospeles, dándoselas el justo peso con una cizalla. Estos tejos pasaban al acuñador, quien les estampaba la impronta entre dos cuños de acero, a golpes de maza. Las piezas que salían de la ceca eran de forma irregular; y su diseño, sólo parcialmente visible. Los indígenas les llamaron macuquinas, voz originada en el vocablo quichua “makkaikuna”, que significa “las golpeadas”, en alusión a su precario sistema de fabricación.

Si bien las primeras monedas de Felipe II tenían una configuración más o menos circular, hacia el reinado de Carlos III las macuquinas eran totalmente deformes y de pésima factura. Pero lejos estaban de ser las piezas de baja ley y peso inferior al legal que ciertos numismáticos quieren atribuir a estas labraciones: las macuquinas seguían fielmente las ordenanzas y su ley era, en muchos casos, superior a la establecida.

Las últimas monedas «cortadas» se acuñaron en Potosí en 1773. En 1767 ya habían sido troqueladas las primeras piezas con canto laureado y cordoncillo (canto de la moneda cuando está labrado con dibujos, laureles, leyendas, signos, estrías, etc. destinado a impedir que sean cercenadas), lo que representó un notable avance técnico, aunque esta innovación se hacía con décadas de retraso respecto de otras cecas hispanoamericanas. Así, las nuevas monedas mostraban en su anverso un escudo español coronado y en su reverso columnas sobre las ondas de mar, encerrando dos esferas superpuestas que representaban los dos mundos.

Estas monedas, acaso las más bellas de las series hispanoamericanas, se denominaron columnarias o de mundos y mares, su acuñación finalizó con la Real Cédula del 27 de marzo de 1772, que ordenaba variar el tipo por el busto de los monarcas españoles.  Las nuevas emisiones, labradas a partir del año siguiente, mostraban el perfil de los reyes, laureados y vestidos como emperadores romanos.

Hasta 1778, cuando se autorizó la acuñación en oro, se labraban únicamente monedas de plata, con estos valores: de 8 reales (un peso o patacón), que tenía 27 gramos de plata; de 4 reales (tostón); de 2 reales (peseta), de 1 real y de medio real. El mayor valor acuñado en oro era la pieza de 8 escudos denominada onza, la serie se completaba con 4, 2 y 1 escudos. La relación entre el oro y la plata era de uno a dieciséis, 0 sea, un escudo equivalía a 16 reales (o bien a 2 pesos). El cuartillo de plata (1/4 de real) troquelado en la época de Felipe 11, reapareció en 1793, durante el reinado de Carlos IV; exhibía en el anverso un castillo, y en el reverso un león, pesando 1,7 gramos . En la América del Sur no se emitieron piezas de cobre o de otros metales viles.

Cuando los argentinos ocuparon Potosí, la ceca acuñaba monedas con el retrato de Fernando VII. Salvo los periodos de dominación patriota, las emisiones continuaron con el nombre de aquel monarca hasta 1825, en que se produjo el cese total de la administración española en América.

Primeras piezas argentinas

Tras el pronunciamiento de Mayo de 1810, Buenos Aires y las demás provincias del Río de la Plata iniciaron la campaña de independencia, enviando expediciones al Alto Perú, foco de resistencia realista. Los argentinos tomaron la Villa Imperial con su casa de moneda en 1810, 1813 y 1815: las dos últimas ocupaciones fueron importantes desde el punto de vista monetario, pues se cambió el tipo que se emitía hasta entonces -con el busto real y emblemas hispánicos-, por nuevas monedas que ostentaban los símbolos patrios de Unión y Libertad.

Copada la ciudad por el ejército al mando de Manuel Belgrano, y recibida esta noticia en Buenos Aires, el diputado Pedro José Agrelo planteó a la Asamblea General Constituyente un proyecto de Ley de Moneda, que se aprobó el 13 de abril de 1813 y fue comunicado de inmediato a la ceca altoperuana. Allí se abrieron los nuevos cuños; desde allí se enviaron muestras de las flamantes piezas, que el Cabildo porteño recibía tiempo después.

Estas primeras monedas de la naciente Argentina se acuciaron en oro en los valores de 8, 4, 2 y 1 escudos, y en plata en 8, 4, 2, 1 y ½ reales. Las piezas de oro son hoy de gran rareza; las acusaciones de plata, en cambio, fueron abundantes en todos los valores. Muestran en el anverso un sol radiante, con ojos, nariz, boca y treinta y dos rayos rectos y flamígeros alternados. La leyenda circular comienza con PROVINCIAS DEL RIO DE LA PLATA y continúa del otro lado con EN UNION Y LIBERTAD . En el reverso aparece un escudo nacional -entonces sello de la Asamblea-, sin sol y simple en las monedas de plata; con trofeos formados por dos cañones cruzados, dos banderas laterales y un tambor al pie en las de oro. Tienen también el monograma PTS que identifica a la ceca de Potosí. La inicial J. corresponde al ensayador José Antonio de Sierra. El canto de las monedas de plata tiene forma de hojas de laurel, mientras el de las piezas de oro es estriado oblicuo.

Estas acuñaciones se extendieron hasta fines de 1813, cuando fue preciso evacuar las tropas argentinas, luego de los reveses de Vilcapugio y Ayohuma. Recuperada la ceca por los españoles, en 1814 se reinició la labración de monedas con el busto del rey. También se dio plazo para el canje del numerario batido por los «insurgentes» rioplatenses, pero la población se mostró reacia a su entrega, previendo una nueva ocupación argentina que, en efecto, se produjo en abril de 1815; entonces, las unidades al mando de José Rondeau reconquistaron Potosí y la vieja ceca volvió a acuñar monedas patrias. En esta oportunidad se emitieron únicamente piezas de plata con el valor en reales. Luego, a mediados del mismo año, se labró una serie similar pero con el valor expresado en soles.

El cambio coincidió con la entrada en actividad de un nuevo ensayador, pues no se pudo contar con Sierra, que había actuado en 1813. Por esta circunstancia los reales de 1815 muestran la inicial F. que corresponde a Francisco José de Matos; en los soles del mismo año, la F. aparece acompañada de una L. por Leandro Ozio. Ambos ensayadores eran improvisados y por ello las monedas de 1815 son de menor calidad de fino que la establecida en las ordenanzas.

Tampoco pudieron hallar los patriotas a calificados grabadores y callistas, pues los que había huyeron con las tropas del rey y se debió improvisar la oficina de la talla con personal subalterno. En tal sentido, se notan errores en las piezas de 8 reales, conociéndose un ejemplar con PRORVINCIAS y otro con PROVICIAS .

Las monedas de 1815 son más abundantes que las de 1813. Su labración cesó con la derrota de Rondeau en Sipe-Sipe y la evacuación de Potosí, que cayó en poder de los realistas, y diez arios más tarde se convertía en una ciudad de la nueva República de Bolivia.

Al perderse la ceca de Potosí y las provincias del Alto Perú, se produjo en todo el Norte argentino una notable escasez de numerario. Desaparecieron del mercado las monedas con el busto del rey, quedando las antiguas macuquinas, posteriormente falsificadas en gran escala. Debe señalarse que, habiendo sido batidas por última vez en Potosí en 1773, estas monedas cortadas aún circulaban: sólo pudieron ser erradicadas en la segunda mitad del siglo pasado.

En la época de la Independencia , estas macuquinas eran a su vez fundidas en talleres clandestinos, agregándoseles una fuerte cantidad de cobre, y volvían a ser reacuñadas, imitando su estilo en la mejor manera posible. Nuevas macuquinas de baja ley y peso inferior al legal comenzaron a inundar Salta y las provincias vecinas, motivando la queja de los gobernadores, que se acusaban mutuamente de tolerancia con los falsificadores.

En Tucumán, Bernabé Aráoz señalaba que había visto con horror la invasión de monedas falsas, asegurando que ese cuño no salía de su provincia porque, en caso contrario, él habría tomado severas medidas para reprimir «el atentado más enorme que se conoce». Quejas similares se expresaban en Santiago del Estero, Córdoba y La Rioja , mientras que Martín Güemes, en Salta, daba cuenta al Congreso General Constituyente de, la aparición de monedas ilegítimas de baja ley. Sin embargo, la falsificación se había extendido a todo el Norte argentino, por la facilidad de la fabricación de moneda macuquina y la creciente demanda de los comerciantes para sus intercambios y transacciones.

Si el gobernador de Tucumán liberaba de culpas a sus comprovincianos, el mismo coronel Güemes lo desmentía cuando, con motivo del arresto del falsificador Miguel Romero, de profesión platero, éste declaraba haber visto en Tucumán sellar monedas en casa de Sebastián Corro, y que él mismo lo había hecho allí. Poco tiempo después fue apresado Corro, en plena tarea de falsificación.

Para dar a este problema un corte definitivo, Güemes dispuso recoger en Salta toda la moneda falsa y, previa aplicación de una contramarca, volverla a la circulación con curso obligatorio y forzoso. Esta medida fue desautorizada, y el propio Belgrano, en carta al caudillo salteño, la censura: como siempre se alegaba que la moneda falsa provenía de Salta, «si antes han dicho los inicuos que V. tenía parte en eso, ahora van a decir que va a asegurarse con la marca…»

La contramarca aplicada por Güemes -un monograma rodeado de laureles que formaba la palabra PATRIA – se estampó en todas las piezas falsas entregadas a las autoridades. La reacción oficial fue severísima: obligó al gobernador a retirar estas monedas de la circulación, lo que se hizo efectivo por bando del 24 de mayo de 1818. Las monedas reselladas por Güemes son muy raras; el grueso de la contramarca se aplicó sobre piezas de 2 reales, pero se conocen también algunos ejemplares de 4 reales y uno de ocho.

Maquinas legales y falsas

A principios de la década de 1820, la angustiosa carencia de numerario se había extendido por el interior, exhaustos los erarios provinciales por las guerras de la Independencia. En las provincias cuyanas el mal se había tornado crónico. El gobernador de Mendoza, Pedro Molina, decidido a solucionar el problema, el 6 de Agosto de 1822 envió a la sala de Representantes un proyecto que fue aprobado en el día, creando un cuño provincial. Allí serían troqueladas monedas de buena ley y peso exacto, «tomando como modelo el signo de la cortada», o sea, el diseño de las antiguas macuquinas. Más tarde se hace extensiva la labración a ochavos de real de cobre con las armas de Mendoza, lo que en la práctica no pudo ser llevado a cabo por las dificultades técnicas que planteaba la acuñación de tales piezas.

En Enero de 1823, el cuño ya estaba en condiciones de iniciar su trabajo, pero el gobernador y los legisladores aún no se habían puesto de acuerdo sobre el tipo y valores de las monedas a emitir, proponiéndose no sólo fabricar ejemplares de plata sino también de oro, en un exceso de optimismo. A modo de ensayo se batieron, en noviembre de 1822, treinta y seis monedas de plata con la fecha del año siguiente. La ceca actuaba bajo la dirección de José Arroyo; se desempeñaba como tallista el potosino Pedro Miranda. En febrero de 1823 se habían emitido algunos miles de pesos en macuquinas, utilizándose vajilla de plata entregada por particulares. Casi inmediatamente, los monederos falsos comenzaron también su labor.

Esta facilidad para fabricar macuquinas en talleres clandestinos, movió al gobierno a proponer la acuñación de oro y plata imitando el modelo patrio de Potosí, con el mismo peso, ley y diámetro, pero con la marca de la ceca de Mendoza, compuesta por sus iniciales; estas monedas no llegaron a emitirse. Mientras tanto, las falsificaciones se extendían desmesuradamente.

En septiembre de 1823 ya nadie mandaba labrar plata al cuño y la ceca languidecía, mientras las autoridades estudiaban la forma de prohibir y recoger las piezas ¡legales, lo que produjo una gran inquietud en el pueblo, que sólo utilizaba este numerario. Por otra parte, la norma que penaba con la muerte a los monederos clandestinos, no se aplicaba, y el descontento general crecía.

El mes de diciembre fue de enorme agitación; culminó con la decisión oficial de aplicar una contramarca a toda moneda de buena ley, lo que se hizo efectivo desde enero de 1824. En la Legislatura seguían, mientras tanto, las discusiones y los proyectos para remediar la grave crisis que afectaba al comercio, especialmente con las provincias limítrofes, donde la moneda falsa mendocina había sido vedada.

En marzo de 1824, Molina resuelve sacar de circulación todas las falsificaciones, incluyendo las piezas reselladas que se estaban imitando en Chile. Los tenedores de tal moneda habrían de sufrir una pérdida que, estimada en el 25 por ciento, se redujo luego al 12, del cual la provincia tomaba a su cargo un 2 por ciento. Ello produjo en Cuyo un aumento de los artículos de primera necesidad, y la negativa del comercio a admitir estas piezas. Se inicia un motín popular, el gobernador es destituido, y se elige en su lugar a Juan Agustín Maza. Al poco tiempo, este es reemplazado por José Albino Gutiérrez, quien impone el cambio de moneda con la pérdida del 10 por ciento para los tenedores y la entrega de vales por toda suma que excediera los tres pesos.

Con esto termina el primer episodio de acusación de moneda en Mendoza. Aún hoy es difícil determinar cuáles fueron las monedas macuquinas emitidas por esa provincia. Se conocen piezas de 2 y 4 reales, imitación de las macuquinas de Potosí, con las letras P-A-M-A en cada cuartel del reverso, que se clasifican habitualmente como de esa procedencia. Son también mendocinas las monedas contramarcadas o reselladas con un punzón, que muestran una pequeña balanza y la palabra FIDELIDAD .

La troquelación de macuquinas se extendió también a La Rioja , favorecida por la existencia de las minas del Famatina, explotadas desde la época colonial. Su gobernador, Nicolás Dávila, intentó en 1821 una emisión propia de monedas redondas que imitaban las piezas patrias de Potosí, del valor de 2 reales. El ensayo se hizo en Chilecito, pero la falta de material técnico adecuado no permitió continuar esta labración experimental. En cambio, prosperó la más fácil tarea de batir macuquinas de imitación.

Las primeras monedas labradas en la ceca de Chilecito tenían una fecha anómala. Más tarde sustituyeron el antiguo PLVS VLTRA por la palabra RIOXA , que indicaba su procedencia. Con este tipo se conocen piezas de 1821, 1822 y 1823. Se acuñaron monedas de ½, 1, 2 y 4 reales; estas últimas, son extremadamente raras.

Poco se sabe de las macuquinas riojanas, salvo el hecho de que su labración concluyó al trasladarse la Casa de Moneda a la ciudad capital de la provincia, y que las piezas de Chilecito fueron retiradas de circulación en 1824.

Las acuñaciones riojanas

El gobierno riojano veía con sumo interés la instalación de una casa de moneda, pues ese era el único medio de progreso que vislumbraba para sus habitantes. Esa provincia contaba con las pastas de plata procedentes del Famatina, pero carecía de recursos para abonar los primeros gastos del establecimiento. Por ello el Gobernador Baltasar Agüero dispuso establecer la ceca mediante una suscripción de acciones entre particulares, por valor de 1000 pesos cada una, integrada en dos cuotas trimestrales, por un término de cinco años ampliado luego a diez. Esto ocurría en agosto de 1824. Ya entonces se encontraban en La Rioja nuevos útiles y herramientas enviados desde Buenos Aires, y se había podido construir una máquina de amonedar, con bronce obsequiado por la provincia de Córdoba. El 31 de marzo de ese año se conocieron las muestras de las primeras monedas redondas de cordón, del valor de 2 escudos de oro, así como de 2 soles y de 1 real de plata.

La suscripción inicial de acciones despertó poco interés, aunque participó en ella una sociedad de financistas porteños cuya cabeza visible era Braulio Costa. Al no reunirse los fondos necesarios, se decidió refundir la primitiva asociación en una nueva, en la que intervino además Juan Facundo Quiroga y donde los capitales porteños formaron mayoría. La sociedad se denominó Banco de Rescates y Casa de Moneda de la Rioja ; sus estatutos fueron aprobados el 30 de Julio de 1825

.Las acuñaciones de la primera etapa imitaban a las monedas patrias de Potosí: mostraban un sol radiante y un escudo nacional sin sol, incluyéndose las iniciales RA como marca de ceca. A partir de 1826 ostentaron además la letra P del ensayador Manuel Piñeyro y Pardo. En el mismo año se lanzaban a la circulación las primeras onzas de oro de 8 escudos, y se emitían también piezas de plata de 8 reales, todas de excelente factura.

Las labraciones en oro y plata continuaron durante los años siguientes, variando, en los patacones, la cantidad de hojas de laurel y el tamaño del sol. A las abundantes piezas de 2 soles batidas en 1826, sucede un período de interrupción de las acuñaciones de este valor, que sólo reaparecerá en 1842; en cambio, en 1828 y 1832 se troquelan las primeras monedas de 4 soles. Los realitos riojanos (1 real), profusos en 1824, fueron escasos en 1825, cuando se acuñan, por última vez, piezas de dicha denominación.

En 1829 la ceca sufre las primeras consecuencias de la guerra civil: sus instalaciones son desmanteladas y sólo emite unas pocas onzas de oro, de las cuales en la actualidad se conocen nada más que dos ejemplares. Derrotado Quiroga en La Tablada y después en Oncativo, el General Gregorio Aráoz de Lamadrid ocupa la provincia y se proclama Gobernador. Trata de poner en funcionamiento la ceca, pero las labraciones se inician apenas a fines de septiembre de 1830. Por esta razón, las onzas de ese año son realmente raras, como así también los pesos de plata. Este tipo, imitando las piezas patrias de Potosí, se batirá casi sin interrupciones hasta 1837, pero el año anterior había tenido lugar una importante variación en las monedas de oro.

En efecto, después del asesinato de Quiroga en 1835, el Brigadier Tomás Brizuela -hombre fuerte de La Rioja- propone a la Legislatura la acuñación de piezas con el retrato de Juan Manuel de Rosas. La iniciativa tiene el apoyo del Gobernador Juan Antonio Carmona y los diputados resuelven favorablemente el proyecto. Las monedas llevan el busto del mandatario porteño, con una leyenda debajo: ROSAS . En su circunferencia se lee: » REPUBLICA ARGENTINA CONFEDERADA «. El «gran sello» de la provincia (el cerro de Famatina, con trofeos en su base) aparece estampado en el reverso, acompañando la inscripción: » POR LA LIGA LITORAL SERA FELIZ «.

El 12 de Septiembre de 1836 se comunica la novedad a Rosas, a quien se le envían además, por mano del teniente coronel Juan Antonio Maurín, seis ejemplares de la onza de oro. El Gobernador de Buenos Aires contesta por oficio del 16 de Noviembre, señalando, entre otras cosas, «la inexplicable sorpresa que ha producido en el ánimo del infrascripto un anuncio de tanta magnitud… cuanto jamás pudo imaginarse que la benemérita provincia de La Rioja , por muy grande que fuese el aprecio que hiciese de sus servicios, llegase ni remotamente a darles un valor correspondiente a tan alta e inestimable demostración». Más adelante protesta su fidelidad y deberes de buen argentino, y dice no hallar otra forma de manifestar su gratitud que «rogando encarecidamente a S.E. el señor Gobernador de La Rioja quiera llamar nuevamente la atención de los señores representantes de la provincia… restableciendo en el tipo de la expresada moneda los símbolos de Unión y Libertad… y expresando cuanto más en las respectivas inscripciones los objetos que se ha propuesto en la variación sancionada.»

Insisten los riojanos, ratificando la ley anterior el 19 de Enero de 1837, pero Rosas se mantiene inflexible y, por oficio del 27 de Febrero, vuelve a rechazar el homenaje, alegando, entre otros argumentos, que «su razón y conciencia no permiten al infrascripto, variar el juicio que se ha formado sobre tan grave y delicado negocio».

Así fue como la Sala de Representantes, el 19 de Junio, abroga la cuestionada ley y dispone al mismo tiempo grabar en la moneda el sello de la provincia con trofeos militares, y la inscripción: REPUBLICA ARGENTINA CONFEDERADA , mientras en el reverso aparecía la leyenda laudatoria ETERNO LOORAL RESTAURADOR ROSAS .

La ley entró en vigor en 1838; se acuñaron entonces, con el nuevo modelo, pesos de plata y onzas de oro, que también fueron emitidos en 1839 y 1840.

Preciso es explicar, a esta altura, que las autoridades de La Rioja querían algo más que rendir tributo a don Juan Manuel: buscaban crear una moneda nacional -como uno de los pasos tendientes a la fundación del Estado Nacional-, y para eso se necesitaba la aceptación de quien era el virtual jefe supremo de la Argentina. Una carta de Brizuela a Rosas ilustra, con meridiana claridad, los alcances de la iniciativa fiduciaria: «Decidió más mi intento la consideración, que me lisonjeaba, de que con este proyecto nos acercábamos más y más a una Constitución Nacional…».  La negativa del caudillo bonaerense se explica, así, en todo su sentido: no le disgustaba tanto el homenaje como la posibilidad de ir organizando política y jurídicamente a la Argentina.

Cobres federales y emisiones privadas

A consecuencia de la revolución del 11 de Septiembre de 1852, Buenos Aires se escindió de la Confederación , que fijó su capital en la ciudad de Paraná, según lo anotáramos. Mientras los porteños emitían billetes y monedas de cobre, los federales se veían obligados a restañar su penosa situación financiera. Con tal fin, el 9 de Diciembre de 1853 se aprobó el Estatuto para la Organización de la Hacienda y Crédito Público, obra de Mariano Fragueiro, ministro del ramo, que creaba el Banco Nacional de la Confederación Argentina , autorizado a emitir billetes y acuñar metálico, y, más tarde, a recibir moneda cordobesa y riojana.

El 26 de Enero de 1854 se dispuso la confección de monedas de cobre, lo que era imposible de realizar en las dos cecas de la Confederación ; por ello se contrataron en Europa, por un importe de 100.000 pesos. Los valores a acuñar eran de 4, 2 y 1 centavos, denominación que por primera vez aparece en la historia de la moneda argentina. Las piezas llevaban, en su anverso, un sol con la leyenda circular CONFEDERACION ARGENTINA; en el centro del reverso, el valor y la leyenda perimetral TESORO NACIONAL-BANCO.

Estas monedas fueron lanzadas a la circulación el 18 de Enero de 1855, remitiéndose a partir de entonces a las demás provincias argentinas. En 1856, los cobres se utilizaban en todo el territorio de la Confederación -excepto, obviamente en Buenos Aires-, por lo que estas monedas son las primeras de verdadero carácter nacional desde las acuñaciones patrias de 1813 y 1815.

La historia de estas piezas se perdió lamentablemente con el Archivo de la Confederación , pero se sabe que no fue ajeno a ellas un antiguo prestamista brasileño, José de Buschenthal. Parte de estas labraciones se hizo en Inglaterra, presumiblemente en alguna de las manufacturas de fichas y botones de esa época. Sin embargo, existe una partida de cobres de 4 centavos, que quizá fue troquelada en Brasil.

Entre 1860-61 -últimas emisiones riojanas, últimas de Buenos Aires- y 1881 no hubo acuñación de moneda metálica en nuestro país. La escasez de numerario se fue paliando con divisas de los países limítrofes, especialmente de Bolivia. Pero aparecen también emisiones privadas dignas de mención.

La primera de ellas fue realizada en la Colonia San José, establecimiento fundado por justo José de Urquiza en 1857, en parte de sus tierras, con colonos procedentes de Suiza e Italia. Estos, que se afincaron en la zona, dieron origen a una floreciente ciudad agrícola-ganadera. Hacia 1867, sin embargo, la penuria de monedas en la colonia producía graves inconvenientes en las transacciones, ya que los habitantes, de origen extranjero, no alcanzaban a comprender las fluctuaciones del papel moneda y los vales emitidos entonces en Entre Ríos y otras provincias argentinas.

Urquiza concibió la idea de labrar piezas de plata del valor de medio real, con lo que pretendía solucionar el problema. Para ello pidió el concurso del grabador italiano Pablo Cataldi, quien acuñó pequeñas monedas con el escudo de Entre Ríos en el anverso, y en el reverso, en seis líneas: MONEDA CIRCULANTE DE SAN JOSE, UN MEDIO, 1867; las piezas tenían canto estriado y un peso de 1,7 gramos .

Moneda eminentemente local, se utilizó en forma restringida, avalada sobre todo por el prestigio de su emisor, quien tal vez desconocía la famosa Ley de Gresham. Ella nos enseña que cuando dos monedas se encuentran en circulación, siendo una buena y otra mala, la primera desaparece casi de inmediato, quedando en circulación sólo la última. Eso fue lo que ocurrió en Entre Ríos: las moneditas de plata fueron acaparadas por el público y se llegó a pagar por ellas hasta dos reales, cuatro veces más.

Es curioso señalar que Cataldi, gravemente afectado en su salud mental, utilizó luego los cuños de San José para troquelar diversas piezas de fantasía, combinando sus anversos y reversos con otros, imaginarios, de su invención.

Otra acuñación privada fue hecha por el francés Orélie-Antoine de Tounens, autotitulado rey de Araucania y Patagonia. Este personaje, procurador en Périgueux y aficionado a las aventuras, desembarcó en 1860 en el Sur de Chile.

Al tomar contacto con los indios mapuches -que conservaban su soberanía sobre una extensa zona-, pudo convencerlos de fundar un reino y se hizo proclamar monarca con el nombre de Orélie-Antoine. Poco tiempo después se anexaba por decreto toda la Patagonia argentina.

Los gobiernos de nuestro país y de Chile intervinieron rápidamente; Tounens fue detenido y enviado a Chile, donde quedó bajo la protección del cónsul francés, quien consiguió salvarlo, enviándolo de retorno a su tierra.

En París, mediante una hábil publicidad, Tounens logró conmover a la opinión pública en su favor, y organizó una expedición a su lejano reino. Hubo tres intentos de llegar al Sur; en uno de ellos, fue reconocido y detenido en Bahía Blanca, volviendo definitivamente a Francia. En 1874 acuñó monedas de plata y cobre con el nombre del rey de Araucania y Patagonia, que distribuyó entre sus amigos, y que nunca vinieron a nuestro país.

Más tarde, Tounens creó la Orden de la Constelación del Sur, que otorgó a diversas personalidades. En la actualidad existe también un pretendiente al trono de Araucania y Patagonia. Tounens falleció el 19 de Septiembre de 1878.

La tercera acuñación privada que se vincula con nuestra historia monetaria, es la realizada por Julio Popper en Tierra del Fuego. Este ingeniero rumano llegó a Buenos Aires en 1885, y al año siguiente realizó exploraciones y cateos en Tierra del Fuego, donde se habían descubierto ricos yacimientos auríferos.

En 1887, en el paraje llamado El Páramo (Bahía de San Sebastián), fundó los «Lavaderos de Oro del Sur», para explotar racionalmente los recursos de la zona. Popper y sus mineros consiguieron extraer interesantes cantidades de oro aluvional, compuesto en un 86,4 por ciento de fino y un 13,6 por ciento de plata.

Para facilitar las transacciones que se hacían en pepitas u oro en polvo, y con el fin de alimentar al mismo tiempo su leyenda de empresario poderoso, Popper acuñó discos de oro con el peso de 1 y 5 gramos , que llevan su nombre y el de su establecimiento, al estilo de los emitidos en California durante la fiebre del oro. También estableció un sistema de correos con estampillas propias, situaciones que dieron lugar a la intervención judicial.

Aunque Popper señaló en el juicio que se trataba de simples medallas, las piezas fueguinas deben ser consideradas monedas en el sentido más primitivo del término: piezas de oro cuyo peso y ley fue garantido por una autoridad, en este caso, privada. Las más antiguas se fabricaron en El Páramo con cuños grabados por el Propio empresario. Son de tipo tosco y primitivo, debido a la precariedad de medios, y constituyen hoy una rareza. Una segunda emisión, más perfecta, se encargó a la Casa de Moneda de la Nación. Ambas series llevan fecha de 1889. El fallecimiento de Popper, en 1893, truncó el impulso de esta empresa.

La Casa de Moneda

Se ha dicho que a partir de 1860-61 y hasta 1881 no se acuñó ni emitió moneda metálica en el país: la ceca riojana cesaba en sus troquelaciones en 1860 (dos reales y medios reales de plata, a nombre de la Confederación Argentina ), y la de Buenos Aires lo hacía en 1861 (cobres de a dos reales).

La anarquía en materia de circulante se agravó entonces, hasta límites increíbles, por la casi absoluta escasez de numerario metálico propio y la subsiguiente oscilación en el valor de los billetes de Banco. De ahí el profuso empleo, en las transacciones -y la profusa falsificación-, de divisas extranjeras, especialmente plata boliviana y, en menor medida, chilena y peruana.

Salvo las labraciones de 1813 y 1815 en Potosí, apenas si había vuelto la Argentina a contar con una moneda nacional: es que tampoco tuvo Estado Nacional verdadero de 1810 a 1853, en realidad, hasta 1862. Los cobres del Banco Nacional de las Provincias del Río de la Plata (1827) fueron aquella moneda solamente en la teoría; más cerca estuvieron las piezas de plata de Córdoba (1854), y aun más las riojanas (1854-60), pues, según se ha visto, esas emisiones dependían del Gobierno de Paraná. Quedan así en lugar eminente los cobres de 1, 2 y 4 centavos lanzados a la circulación en 1855, que, a diferencia de aquellas emisiones, se utilizaron en todas las provincias, como se anotara.

El Gobierno de Paraná -al que, es sabido, no respondía Buenos Aires- quiso remediar la falta de una moneda nacional creando, con la venia del Congreso General Constituyente, por la ya citada ley del 9 de Diciembre de 1853, el peso de plata de una onza castellana de peso y 10 dineros de fino (esto es, de 23,963 gramos de plata pura); sobre esta base expidió billetes del Banco Nacional de la Confederación Argentina , cuya suerte fue desastrosa. En cuanto a piezas metálicas, sólo emitió los cobres mencionados, por un total de 100.000 pesos.

A fines de 1854, el Congreso Federal sancionaba la Ley 15 autorizando al Poder Ejecutivo a acuñar monedas de plata de 1 peso y de 50, 20, 10 y 5 céntimos. La unidad, que recibió el nombre de colón, era un peso similar al de 1853 (en lugar de los 16 adarmes de la onza castellana de plata, se fijaron 14 adarmes de peso; la ley seguía siendo de 10 dineros de fino, o sea, 833,33 milésimos). Pero la angustiosa situación económica impidió la troquelación de estas piezas.

Por ello, el Congreso de Paraná optó en 1855 por considerar al peso plata como moneda de cuenta, tomándolo por base para fijar el valor de las piezas de oro más usadas en el país (onzas de España y las repúblicas iberoamericanas, libras esterlinas, águilas estadounidenses, etc.). La provincia de Buenos Aires estableció el mismo sistema de paridades en 1857. Estas cotizaciones serían revisadas en 1860, 1862 y 1863.

La Ley 733, del 29 de Septiembre de 1875, avanzó más, estatuyendo como unidad monetaria al peso fuerte, moneda de oro de un gramo y dos tercios de peso, y 900 milésimos de fino (o 1,5 gramos de oro puro), que sería acuñada en piezas de 5 pesos, denominada medio colón, de 10 (colón) y de 20 (doble colón). También creaba monedas de plata, desde cinco centavos a un peso (definido como de 27,110 gramos y 900 milésimos de fino), y piezas de cobre de 2 y 1 centavos. La unidad así determinada se inspiraba en la que aconsejara el Congreso Europeo de Economistas reunido en París en 1867, y que adoptara Japón en 1873 (en efecto, 5 pesos fuertes equivalían a 5 yen de aquel país). La Ley 733, en fin, ordenaba la instalación de dos cecas, una en Buenos Aires y otra en Salta.

Ninguna de las estipulaciones de esta norma llegarían a ejecutarse, salvo una. A mediados de 1879, el Poder Ejecutivo envió al Congreso un proyecto de ley para acordar un nuevo sistema, cuya moneda principal sería una pieza de oro, el argentino, de 8,064 gramos y 900 milésimos de fino; la moneda Mayor de plata, el peso ( 25 gramos y 900 milésimos de fino), representaría la quinta parte del argentino. Pero el Congreso se limitó a aceptar el peso plata de 25 gramos (Ley 974, 16 de Septiembre), manteniendo su resolución de 1875 sobre las monedas de oro. Tampoco hubo emisiones de aquella pieza, que concordaba con el régimen implantado en Europa por la Unión Monetaria Latina.

Detrás de la iniciativa gubernamental de 1879 estaba el ministro de Hacienda, Victorino de la Plaza. A él y al Presidente Nicolás Avellaneda se debe la Comisión Especial de Monedas, organismo que en 1877 presentó, entre otros trabajos encomendados, los informes y planos del ingeniero Freund relativos al montaje de una ceca en la ciudad de Buenos Aires, como lo disponía la Ley 733.

A consecuencia de tales estudios, fue sancionada el 15 de Octubre de 1877 la Ley 911, que autorizó al Poder Ejecutivo a invertir hasta 267.000 pesos fuertes en la instalación de una Casa de Moneda en Buenos Aires, y a enviar a Europa a uno de los ingenieros del Estado para que examinase los procedimientos y maquinarias de acuñación.

De este modo, el ingeniero Eduardo Castilla recorrió – en 1878- cecas inglesas, belgas y francesas, celebrando algunos contratos ad referendum para la adquisición de implementos. En París, acordó el grabado de cuños con el famoso artista A. Barré, cuya firma aparecía en las monedas francesas de entonces; el fallecimiento de Barré, al poco tiempo, obligó a la búsqueda de otro grabador.

De este período data una serie de muestras y ensayos de piezas, propuestos al Gobierno Argentino, destacándose por su elevada calidad los acuciados en Bruselas por Carlos Würden, el más alto valor de los cuales se denominaba «un patacón». Mientras Castilla hacía su gira por Europa, la Municipalidad de Buenos Aires donaba un terreno en la esquina de Defensa y México. Licitada la parte de albañilería, comenzaron los trabajos en Julio de 1879; la Casa de Moneda fue inaugurado el 14 de Febrero de 1881, con el ingeniero Castilla como director.

Cinco meses después, en Julio, el Presidente Julio A. Roca planteaba al Congreso una iniciativa monetaria, que esta vez tendría fortuna.

Sin modificaciones sustanciales, las Cámaras se expidieron el 3 de Noviembre de 1881, convirtiendo el proyecto en la Ley 1130, que establecía como unidad monetaria el peso de oro de 1,612 gramos y 900 milésimos de fino, y el peso de plata de 25 gramos y 900 milésimos de fino. Las piezas de oro serían el argentino ( 8,064 gramos , como en la iniciativa de 1879), con valor de 5 pesos, y el medio argentino ( 4,032 gramos ), de 2 ½  pesos. Las piezas de plata, además del peso, incluirían monedas de 50, 20, 10 y 5 centavos. En cuanto a los cobres, se los fijaba en 1 y 2 centavos.

La ley 1130, promulgada el 5 de Noviembre, terminó con la anarquía monetaria en el país.

Del oro al cuproníquel

Muerto el escultor Barré, el ingeniero Castilla contrató con el grabador más renombrado de la época, el francés Eugéne André Oudiné (1810-1887), el tallado de los cuños para la moneda creada. Tanto las piezas de oro como las de plata y cobre mostraban en su anverso un escudo argentino cargado de banderas, con dos cañones al pie, y en el reverso una elegante cabeza de la Libertad , con los cabellos sueltos al viento bajo el gorro frigio.

En su época se consideró al argentino, acertadamente, una de las más bellas monedas nacionales. Emitida sin interrupción desde 1881 hasta 1889, se acuñó una nueva y última partida en 1896: desde entonces, no se amonedó oro en la Argentina. Las piezas de 2,50 pesos fueron troqueladas en 1884, aunque por tratarse de una moneda de difícil ejecución sólo se hicieron circular 421 ejemplares (el total de argentinos, en cambio, fue de 6.343.022).

Las labraciones de plata, iniciadas a fines de 1881, cesaron en 1884, sin que se hubiera acuñado el valor de 5 centavos. Las monedas más raras de la serie fueron las de 10 y 50 centavos batidas en 1881; de ellas se fabricaron 1.020 ejemplares por cada una. Le siguen en escasez las de 20 centavos, con 2.018 unidades. Mientras tanto, en 1885 fue decretada la inconversión y el curso forzoso de los billetes, medida que se levantó en 1889, después de que el Congreso (Ley 3871, del 31 de Octubre) asignara al peso papel valor de 44 centavos de oro en lugar de los 100 centavos que tuviera a partir de 1881. Así, 1 peso oro se cotizó a 2,27 pesos papel (moneda nacional).

Las monedas de cobre, de gran tamaño, se troquelaron en abundancia entre 1882 y 1896. En general, son mucho más escasas las de un centavo, pues este valor representaba sólo la tercera parte de lo fabricado en piezas de dos centavos. Es interesante señalar que estos cobres, por ser de igual tamaño, peso y aspecto que los acuñados en Europa por la Unión Monetaria Latina, aunque de menor valor, eran exportados en altas cantidades a Francia, Italia y España, motivando su escasez en nuestro país.

Interrumpidas todas las acuñaciones en 1896, por antieconómicas, sobrevino una abrumadora demanda de numerario menor para las transacciones. El Gobierno emitía entonces billetes fraccionarlos de 5, 10 y 20 centavos; pero no sólo eran costosos, sino que por su empleo excesivo se deterioraban con facilidad, lo que obligaba a renovar continuamente las impresiones. La solución fue dada por la Ley 3321 del 4 de Diciembre de 1895, que dispuso la acusación de monedas de cuproníquel (75 por ciento de cobre y 25 por ciento de níquel), en los valores de 5, 1 0 y 20 centavos y con un peso de 2, 3 y 4 gramos respectivamente.

La duración de estas monedas se estimó en cuarenta años y su circulación resultó profusa, extendiéndose, con algunas interrupciones, entre 1896 y 1942. Se denominaban vulgarmente «níqueles», y los cospeles eran importados de Alemania y los Estados Unidos, lo que suscitó problemas de aprovisionamiento durante la primera y segunda guerras mundiales.

La serie se completó en 1941 con el valor de 50 centavos en níquel puro, pieza popularmente bautizada de «chanchita», que tuvo una breve vida. En efecto, el propio Banco Central -a cargo de las emisiones desde 1935-, que había acuñado casi once millones de piezas, hizo fundirlas a fin de vender el níquel en lingotes, debido a la demanda de este metal provocada por la guerra.
Junto a las monedas de cuproníquel seguían circulando, en la década de 1930, los viejos cobres de la Ley 1130, anticuados por su tamaño.

Como culminación de estudios realizados en la materia, se sancionaron en 1939 los decretos 29.159 y 45.560, que ordenaron reemplazarlos por nuevas piezas más modernas de este metal.

Los tipos propuestos, del valor de 1 y 2 centavos, se componían de 95 partes de cobre, 4 de estaño y 1 de zinc, mezcla considerada ideal. Las monedas llevaban el escudo nacional (simple) en el anverso y el valor entre laureles en el reverso. La aleación fue mantenida durante un tiempo, pero debió ser abandonada y las piezas se batieron en cobre puro electrolítico; el diseño, por esta razón, aparece generalmente en forma borrosa. Las monedas de dos centavos dejaron de ser acuciadas en 1950, mientras las de un centavo lo habían sido en 1948.
En 1942, se intensificó la demanda internacional de níquel por las necesidades bélicas y ello produjo sensibles mermas en las existencias de cospeles del Banco Central. A fin de no interrumpir las labraciones, y como medida de emergencia, el Decreto 119.976 dispuso emitir piezas de 5, 10 y 20 centavos en discos nacionales de bronce de aluminio.

La nueva moneda mostraba un moderno busto de la Libertad , grabado en 1940 por el escultor francés Lucien Bazor para un proyecto monetario que fuera desechado entonces.

El centro del reverso, de diseño más pobre, consignaba el valor, flanqueado por una espiga de trigo y una cabeza de toro.

Estas piezas de bronce de aluminio se acuciaron desde 1942 hasta 1950, año en que, superado el problema, recomenzaron las labraciones en cuproníquel con una serie conmemorativa del centenario de la muerte del General José de San Martín. El prócer aparece en su ancianidad, tal como luce en el daguerrotipo de París de 1848. Todas las monedas ostentaban la leyenda AÑO DEL LIBERTADOR GENERAL SAN MARTIN , eran de excelente factura técnica y se batieron en cospeles importados de Alemania Federal.

En 1951, la Casa de Moneda -cuyas nuevas instalaciones, avenida Antártida Argentina 1385, fueron inauguradas el 27 de Diciembre de 1944- renovó sus maquinarias incorporando volantes de acuñación de alta velocidad, lo que permitió continuar hasta 1953 con las emisiones de cuproníquel sanmartinianas, suprimida la leyenda conmemorativa del centenario. En 1953 se reemplazó ese metal por acero enchapado.

Entre 1952 y 1956 retornan las monedas de 50 centavos, troqueladas con el retrato del Libertador. En ese último año, se graba en los cuños la antigua efigie de la Libertad del artista Oudiné y se baten monedas de un peso a partir de 1957. En 1960, la emisión corriente de este valor se alterna con una pieza en honor del sesquicentenario de la Revolución de Mayo.

La progresiva aunque lenta desvalorización de nuestro peso, condujo a la interrupción de las acusaciones de monedas de baja denominación. Utilizándose cospeles de las anteriores piezas de 20 y 50 centavos de acero enchapado en níquel, convertidos de circulares en dodecagonales, aparecen en 1961 monedas de 5 pesos con la Fragata Sarmiento y en 1962 de 10 pesos con la estatua El Resero, del escultor Emilio Sarniguet. En 1966, se emitió una moneda de 10 pesos conmemorativa del sesquicentenario de la Independencia , con vista de la histórica Casa de Tucumán.

Dos años antes habían aparecido por primera vez monedas de un valor inédito: 25 pesos; se utilizaron cospeles dodecagonales y llevaban la reproducción de la primera moneda patria. En 1968 se hizo una pieza del mismo valor, recordatorio del centenario de la asunción presidencial de Domingo Faustino Sarmiento.

 

La alteración documental y sus modalidades

El estudio de las alteraciones documentales viene intentándose con rigor científico desde finales del siglo XIX pero son pocos, en realidad, los esfuerzos que se han hecho para clasificarlas de manera rigurosa. Los clásicos de esta rama de la ciencia pericial se contentaron con agrupaciones relativamente sencillas y poco sistemáticas.

En los capítulos XXIX y XXX de su monumental “Questioned Documents” , por ejemplo, el gran maestro Albert S. Osborn acomete con profundidad el tema de los escritos borrados, su desciframiento y regeneración, al igual que el de las alteraciones por adición, incluyendo en ellas las interlineaciones y las sustituciones, pero no intenta una clasificación sistemática de sus modus operandi.

Algo similar ocurre con Hilton , con Harrison  y Locard .  El primero estudia los borrados, injertos, interlineaciones, superposiciones, adiciones y obliteraciones, sin adoptar una nomenclatura estricta ni intentar una cuidadosa sistematización de los diferentes tópicos. El segundo ahonda en el estudio de las modalidades del fraude documental, en especial de las que tienen que ver con textos manuscritos y mecanográficos, pero poco se preocupa por las clasificaciones. El Profesor Locard, en fin, examina las falsificaciones por alteración, por transferencia y por deformación, comprendiendo dentro de las primeras —las que ahora nos interesan —el raspado, el borrado, el lavado, la enmienda y la interlineación. Mas que una taxonomía estricta de la alteración, sin embargo, se contenta con una simple agrupación de materias afines, con una simple ordenación de temas.

La mayoría de las últimas publicaciones de importancia adolecen de las mismas deficiencias. Los señores Del Picchia , por ejemplo, critican con toda razón una conocida división tripartita de las alteraciones (aditivas, por sustracción y cronológicas) anotando que no responde a un criterio racional. Al estudiarlas, sin embargo, las dividen en raspados, alteraciones con reactivos químicos, agregados y recortes, olvidando que los raspados, las eliminaciones químicas y los recortes no son otra cosa que específicas modalidades de alteración supresiva o por erradicación y los agregados, típicas alteraciones de carácter aditivo.

Es curioso que en un tema como éste, relativamente sencillo desde el punto de vista teórico y en el que tanto se ha logrado a escala pericial, subsistan las discrepancias y que no se disponga todavía de una nomenclatura depurada y consistente sobre el particular. Precisar algunos conceptos básicos sobre el tema e intentar una clasificación sistemática de los mecanismos de la alteración gráfica es nuestro único propósito en el presente trabajo.

La palabra alteración —derivada del verbo latino alterare, de alter, otro— designa en su acepción primaria, la acción de “cambiar la esencia o forma de una cosa”. Alterar, pues, es modificar o transformar, convertir una cosa en otra. Algo así como “otrorar”, si el lenguaje admitiera este insólito vocablo. En nuestro caso, alterar un escrito equivale a mudar su apariencia o sentido mediante la adición, supresión o sustitución de signos o elementos.

Las alteraciones del documento pueden ser esenciales o accidentales, según afecten o no el contenido intelectual o ideal del escrito. Pueden ser también, unas y otras, intencionales o no intencionales. Las primeras son las realizadas de manera deliberada para corregir lapsus, cambiar el semblante o sentido originales del escrito o para destruirlo. Las segundas, las registradas en la apariencia o en la estructura de la pieza por factores casuales y externos, como la acción del tiempo y los agentes atmosféricos, el ataque de insectos o el contacto con determinadas sustancias (contaminaciones) las producidas por el uso adecuado o no del documento (dobleces, perforaciones, roturas y desgastes, por ejemplo).

Según su mecanismo productor —el tipo de manipulación que las genera— las alteraciones pueden ser aditivas o por agregación de elementos, supresivas o por erradicación y sustitutivas o suspresivo-aditivas.

La alteración intencional recibe el nombre específico de adulteración cuando tiene por objeto mudar la verdad documentada. Se entiende por adulteración —del latín “adulterare”— la “acción y efecto de viciar o falsificar alguna cosa”. No todas las agregaciones o supresiones hechas a un texto entrañan, pues, adulteración. La corrección, v. y gr., de yerros mecanográficos y ortográficos y el denominado retoque caligráfico —el que se realiza por razones de legibilidad o estética— distan de ser dolosos. Constituyen, sin embargo, típicas alteraciones.

Analicemos brevemente las diferentes modalidades de la alteración documental:

1. Alteraciones aditivas o por agregación

Consisten, en general, en la incorporación de nuevos elementos gráficos al escrito. Las alteraciones aditivas concentran la atención y la actividad del manipulador no solo sobre los elementos materiales o sustrato corpóreo del documento, especialmente sobre la tinta o compuesto escritor, que debe seleccionarse cuidadosamente para evitar fatales contrastes con la grafía del contexto, sino también sobre el signo en su forma y demás características grafonómicas.

Se distinguen tres modalidades fundamentales de adición: Retoque, enmienda  e intercalación:

1.1. El retoque: El Diccionario lo define como la “Nueva mano que se da a cualquier obra para quitar sus faltas o componer ligeros desperfectos”. Se le conoce también, por ello, con el nombre elemental de corrección. El retoque gráfico está constituido por adiciones, generalmente discretas, que se hacen a la estructura inscrita para mejorar su legibilidad o apariencia. A menudo consiste en uno o más trazos, de muy corta extensión, superpuestos o adosados al trazo primitivo.

Algunos autores estudian esta variedad, junto con la enmienda, bajo la denominación genérica de alteraciones anfígenas . Las causas del fenómeno son, ciertamente, muy  variadas: Corrección de un lapsus, mejora de las formas (retoques caligráficos), disimulo de empates, adiciones, interrupciones o temblores (retoques de camuflaje), prurito perfeccionista y otras causas morbosas (retoques patogénicos), etc.

El retoque puede ser parcial o total. El primero es un pequeño añadido o una ligera rectificación encaminada a mejorar el acabado formal de la estructura o a corregir un defecto del trazado. No está constituido por una cifra, una letra o un signo convencional completo, sino por un elemento gráfico simple agregado a la formación defectuosa para rectificarla o disimularla.

El retoque total o retinte, modalidad del covering-stroke que analizan algunos autores de habla inglesa y que José y Celso Del Picchia denominan cobertura es, en cambio, un repaso completo del signo ya estampado en el papel . El manipulador repasa o retiñe estos signos, sin hacerles ninguna modificación estructural. Se trata, pues, de un trazado superpuesto sobre los lineamientos originales, casi siempre con una coloración más oscura. Frecuentemente tiene por objeto el camuflaje, pues disimula los contrastes cromáticos producidos por la enmienda, la intercalación o el retoque realizados con anterioridad en el escrito y escamotea los temblores, brisados y malformaciones de las unidades, propios de los procesos de imitación o calco. Es frecuente en las reproducciones mecánicas para ocultar el trazado pauta . Para el efecto es muy común la utilización de rotuladores de fibra con tintas de color negro o muy oscuras y punta gruesa.

Es de la esencia del retoque no producir cambios en el contenido ideal o mensaje del escrito. Constituye, pues, una típica alteración accidental. Si la adición muda o transforma el signo en otro, el mecanismo deja de ser retoque y se convierte en enmienda, alteración esta sí sustancial, como veremos en el siguiente apartado.

Para determinar si el retoque detectado es espontáneo o si está asociado, de alguna manera, a una maniobra falsificadora, las clásicas reglas de Osborn siguen siendo la mejor pauta: “Cuando más innecesario, delicado y oculto —expresaba el maestro— tanto más expresivo es el retoque en señalar la falta de legitimidad”. Y agregaba: “Debe interpretarse de manera diferente la llana y abierta corrección de un trazo cuando la tinta está agotada y la pluma falla en la escritura o cuando es perfectamente evidente que toda una parte o toda una letra errónea ha sido trazada primero y la letra o trazo correctos se han hecho después sobre ella. La ubicación exacta del retoque en un escrito es también una materia que debe considerarse diligentemente y puede por sí indicar su carácter dudoso. Los intentos de mejorar partes poco importantes son siempre sospechosos, máxime si éstas no son necesarias para la legibilidad” .

Por sí mismo, pues, el retoque no solo no implica falsedad, sino que con mucha frecuencia nada tiene qué ver con ella. “Hay que hacer énfasis —comentaba el Prof. Wilson R. Harrison poniendo como ejemplo su propio autógrafo— en que la presencia de retoques o de letras de diseño modificado en una firma no constituye, de ninguna manera, un signo infalible de que ésta sea fraudulenta. Algunos escritores descuidados retocan habitualmente sus firmas —el autor se cuenta entre ellos— pero este retoque nunca debe ser confundido con el tipo de retoque característico de una falsificación” .

El retoque es a menudo, sin embargo, una adición encaminada a ocultar otra manipulación, esta sí de carácter sustancial: Una enmienda, una intercalación o una elaboración gráfica defectuosa por transferencia, imitación o desfiguración. Constituye en este caso un típico retoque de camuflaje.

Son dos, pues, los criterios que orientan la calificación pericial del retoque: Necesidad, por una parte, y ostensibilidad, por la otra. La presencia de retoques inútiles constituye siempre una campanada de alerta en el proceso de verificación del escrito. Si no hay razón que justifique su presencia, lo más probable es que nos encontremos ante un retoque de camuflaje. Si, adicionalmente, el añadido ha sido hábilmente encubierto o disimulado —es poco ostensible— el carácter espurio del grafismo será virtualmente incuestionable. Hay que desconfiar, en consecuencia, de los retoques localizados en zonas críticas del documento (fechas, valor en letras o cifras, firma) cuando son evidentemente innecesarios, cuando han sido habilidosamente encubiertos y, por supuesto, cuando concurren ambas circunstancias. El retoque realizado con el evidente propósito de hacer mas parecido el grafismo cuestionado a un modelo legítimo es evidentemente un retoque de camuflaje.

Para Jean Gayet, quien en estas materias sigue de cerca los lineamientos de su maestro Locard,  “El retoque es un signo particular de enmienda. Lo efectúa el mismo que escribe, no con la intención de modificar el sentido de la palabra, sino simplemente para hacerla más legible” . Esta terminología, sin embargo, es confusa a nuestro modo de ver. Retoque y enmienda son nociones claramente diferentes, aunque especies de un mismo género: la alteración aditiva o por agregación de elementos.

1.2. La enmienda: Es la transformación o mutación de un signo gráfico en otro mediante la agregación de uno o más trazos a su estructura. Desde el punto de vista formal se asemeja al retoque. Difiere de éste, no obstante, en que aquella comporta siempre modificación del significante (el signifiant de Saussure) y del significado (signifié, del mismo semiólogo) y el retoque solo de este último. La enmienda es, pues, una típica alteración esencial o sustancial  y el retoque una alteración de carácter accidental.

Hay enmienda en la conversión de  un “ 0” en un “ 8” ó un “ 9” , de un “ 1” en un “ 4” ó un  “ 7” , de una “o” en una “a“, por ejemplo. Lo que se añade al signo inscrito en la enmienda es un trazo o grupo de trazos que por sí mismos no forman un elemento gráfico completo, pero que lo modifican sustancialmente.

La enmienda, insistimos, muda siempre el sentido primigenio del documento. Constituye, por lo tanto, un presupuesto fáctico de la denominada falsedad material por alteración. En la enmienda, y en general, en las alteraciones aditivas, la principal preocupación del manipulador es la de mimetizar el agregado, hacerlo imperceptible, evitando su contraste formal, postural, dimensional y cromático con las grafías del entorno.

No todos los autores dan a los términos enmienda y retoque el mismo alcance, como lo hemos visto en este mismo artículo. Algunos, incluso, niegan a  este último el carácter de verdadera alteración, partiendo de la errada premisa de que solo es alteración la que hemos dado en llamar esencial o sustancial. “Retoques —explican José y Celso Del Picchia, por ejemplo, tomando la expresión en la acepción ya apuntada— son agregados de pequeños trazos, sin modificar el tenor del documento; al paso que las enmiendas implican cambios”. “Los retoques, entonces —agregan— no serían modalidades de alteración. En general, se hacen para perfeccionar el trabajo, lo que frecuentemente sucede en las imitaciones de escritos. Las enmiendas, al contrario, se efectúan para alterar el propio sentido de aquello que ya se encontraba escrito. Los legos hacen frecuentes confusiones entre los dos términos, usándolos indistintamente. Los mismos diccionarios abonan la confusión. El técnico, sin embargo, aun cuando la tolere, no debe incurrir en ella” .

Contrariamente al criterio anterior  nosotros vemos siempre en el retoque —excúsese la reiteración— una típica alteración. De significante y no de significado (es decir, una alteración accidental) pero, en todo caso, una verdadera alteración. Los simples cambios en la apariencia o fisonomía del escrito, por sí mismos, nunca entrañan falsedad, pero constituyen auténticas alteraciones. De ahí que muy a menudo den lugar a importantes verificaciones periciales.

Clement y Risi, por su parte, definen la enmienda  como “Una alteración que recubre parcial o totalmente una parte del texto inicial; puede tratarse tanto de una simple letra, de una palabra o incluso de una frase, como de una tachadura o de una ‘supresión por censura’” . El concepto, como puede apreciarse, tiene aquí una extensión muy amplia (engloba modalidades muy diferentes) y es confuso.

1.3. La intercalación: Intercalar es interponer, colocar  una cosa entre otras. Como modalidad de la alteración documental, la intercalación consiste en la incorporación o agregación de signos gráficos completos —letras, cifras, palabras, párrafos, etc.— a un texto determinado, casi siempre para variar su sentido original. La simple adición de un punto o una coma, como se sabe, puede cambiar sustancialmente el sentido de la frase. No siempre, sin embargo, la intercalación es una alteración esencial o sustancial. Puede darse el caso, así sea poco frecuente, de que el signo o signos agregados no modifiquen en forma alguna el contenido ideal o conceptual del escrito.

Jean Gayet propone el nombre genérico de interlineación para abarcar no solo las agregaciones entre líneas, sino también las que se hacen en las márgenes del documento y entre palabras: “En el sentido estricto de la palabra —explica, refiriéndose a esta denominación— debería tratarse únicamente de adiciones entre líneas; pero esta acepción es demasiado restringida y es preferible englobar indistintamente bajo este vocablo las adiciones en los márgenes superior o inferior de la hoja, en los grandes espacios que separan los párrafos, en los blancos del final de línea o entre las palabras. Este sentido lato se justifica por la razón de que todos estos fraudes se comprueban por los mismos métodos de examen” .

Creemos, sin embargo, que no es necesario forzar los términos y dar a la voz interlineación un alcance mayor del que le es propio. Existe en castellano —y también, desde luego, en la lengua del eminente criminalista galo— otra locución genérica que resuelve admirablemente el problema: El término intercalación, que nosotros adoptamos aquí en su más preciso significado.

La intercalación puede ser marginal o textual, según se haga en las márgenes del documento o en el cuerpo del mismo. La intercalación textual se denomina también interpolación y recibe los nombres específicos de interliteración, si va entre letras o cifras y de interlineación, si se realiza entre líneas o renglones. Si se hace entre palabras, se llama interpolación verbal o intervocabular. La intercalación marginal suele darse también en el borde inferior de la hoja, después de la firma, a modo de post scriptum.

Todas las alteraciones aditivas se realizan por reinscripción (manual o impresa) o por transferencia:

a) Reinscripción manual: Los nuevos elementos (añadidos) se escriben a mano imitando fielmente las características del contexto, no solo en su morfología, dimensiones y demás peculiaridades grafonómicas, sino en los materiales mismos de escritura. El manipulador selecciona un compuesto escritor igual, o lo más semejante que pueda, al del entorno. La reinscripción manual se da casi siempre en los agregados a textos manuscritos. A menudo, sin embargo, se le descubre también en impresos. Ello ocurre cuando se imitan a mano elementos de esta índole.

b) Reimpresión: Los nuevos signos, letras, palabras o frases se agregan al documento utilizando el mismo sistema de impresión y los mismos materiales del contexto, o unos semejantes. Las mecanográficas son las más frecuentes formas de reimpresión. Se acostumbran también, aunque en menor escala, añadidos impresos de cifras, figuras y leyendas a determinados documentos. La maniobra es más común en  papel moneda y documentos de identidad.

c) La transferencia: En algunos casos el manipulador decide implantar en el documento que elabora o documento-destino figuras o grafismos extraídos de un documento-fuente, o réplicas de los mismos. El procedimiento se conoce como transferencia, en sus dos formas básicas: Directa o trasplante e indirecta o facsimilar, mecanismos complejos cuyo estudio demanda un espacio del que no disponemos en esta oportunidad .

2. Alteraciones supresivas

Reciben este nombre, en general, las alteraciones producidas por mecanismos erradicadores, esto es, por manipulaciones efectuadas sobre el signo gráfico inscrito para eliminarlo total o parcialmente. Todas estas maniobras atacan física y/o químicamente la materia escritora (tinta, grafito, etc.) y también, con frecuencia, el soporte documental.

Las manipulaciones supresivas son pues, físicas, químicas y fisicoquímicas. Las primeras son la abrasión (raspado o rasura y borrado o “gomaje”); la avulsión o depilación; la adhesión; la ablación o mutilación y la disolución o lavado físico, maniobras que pueden ser totales o parciales. Las erradicaciones parciales pueden dar lugar también a una curiosa forma de enmienda por eliminación, como sería la transformación de un “7”  en un “ 1” , por erradicación del trazo superior del dígito. El medio químico de eliminación por antonomasia es la llamada decoloración o “blanqueo”. Los mecanismos erradicadores mixtos, en fin, son el resultado de combinar esta última modalidad con una cualquiera de las demás manipulaciones físicas, mas frecuentemente con las abrasivas.

Estudiemos brevemente cada uno de estos mecanismos sustractivos:

2.1. Erradicaciones físicas:

2.1.1 Abrasión: Nombre derivado del verbo latino abredere, que significa raer. Consiste, en general, en la remoción de los compuestos escritores desecados, asentados en el soporte en forma de trazos, por frotación con objetos ásperos, cortantes o punzantes. Admite dos formas diferentes, según su severidad:

a) Raspado o rasura: Es la eliminación del signo por fricción o roce con un elemento rugoso y áspero, como la piedra pómez, el papel de lija, los pinceles de fibra de vidrio o las esponjillas pulidoras  de metal ; con un cuerpo cortante o afilado  —hoja de afeitar, bisturí o similar— o punzante  —estilete, lezna, aguja, alfiler, etc.—.  A los llamados borradores de tinta, fabricados a partir del caucho, se les suele adicionar carborundo, piedra pómez o productos análogos, finamente pulverizados, para aumentar su rugosidad. Su modus operandi es, pues, el raspado.

Las posibilidades de éxito de este mecanismo, como muy bien lo hacía notar el argentino Hernán A. Wallace, aumentan con el grado de viscosidad de la tinta y, paradójicamente, con la calidad del papel. Contrariamente a lo que suele creerse, el raspado logra con frecuencia óptimos resultados en papeles de seguridad, especialmente en formatos de intrincados fondos impresos.

b) Borrado: Designado a veces con el galicismo gomaje. Es la eliminación de  escritos  por  fricción  suave  con  migas de pan o con gomas especiales de caucho vulcanizado (borradores). El instrumento erradicador en este caso es un elemento suave, a diferencia del raspado. Su mecanismo de acción, por lo tanto, es diferente de este último. Es menos profundo y, a la vez, menos localizado o circunscrito. El borrado es una manipulación bastante frecuente y sus posibilidades de éxito son a menudo tan grandes que muchas veces resulta difícil, cuando no imposible, su comprobación pericial.

2.1.2. Avulsión o depilación: Es un curioso mecanismo de extracción de las fibras celulósicas pigmentadas del grama con ayuda de una buena lupa y de una pinza común de depilar. El manipulador extrae una a una las fibras coloreadas erradicando de esta manera el trazo formado por las mismas. El término avulsión deriva del latín avulsio, del infinitivo avelere, extirpar. Las fibras largas de lino y algodón, tan comunes en los papeles de alta calidad, favorecen la maniobra, pues son mas fácilmente manipulables.

El raspado y el borrado son mecanismos drásticos. El primero, concretamente, ha llegado a calificarse por algunos estudiosos como un método “salvaje”. Por este motivo, las lesiones que produce suelen ser muy notorias. Afectan la rigidez y el calibre del soporte, destruyen su brillo superficial, su encolado y su lisura. La mayor desventaja del raspado es la de comprometer segmentos limpios del escrito aumentando así su deterioro y, de paso, haciendo más evidente la manipulación.

Para evitar estos inconvenientes el agente trata de circunscribir la operación a lo estrictamente necesario. El examen amplificado del trazo, con ayuda de una buena lupa, le permite distinguir muy bien las fibras pigmentadas, las cuales va levantando cuidadosamente, una a una. Luego, procede a retirarlas con la pinza, por tracción. Es una auténtica depilación del documento, poco frecuente, que no es posible en todos los papeles y que demanda, por supuesto, gran habilidad. A menudo constituye el “toque final”  de una erradicación abrasiva: Se depilan las fibras erosionadas de la pasta, quitando al papel el aspecto velludo, tan típico de los raspados mecánicos.

2.1.3. Ablación o mutilación: Es la eliminación de escritos por recorte, cercenamiento o amputación. En su forma más simple consiste en recortar por rasgado o con guillotina, bisturí, cuchilla o tijeras, las partes del escrito que contienen las leyendas que se desea suprimir. La incineración parcial del documento es también una forma de mutilación, aunque poco usual. “La amputación —dice el criminalista argentino Roberto Albarracín—  consiste en la supresión de una parte del soporte donde está extendido el documento, valiéndose de elementos cortantes o del fuego. Generalmente se persigue eliminar, por ese medio, la constancia de haberse cancelado la obligación que aparece extendida y firmada en la porción superior del mismo, de haberse concedido nuevos plazos para su cancelación, de haberse variado las condiciones de pago, etc.” .

En su forma clásica la maniobra se reduce a la simple supresión de una parte del escrito, pocas veces seguida de una restauración. Con frecuencia, sin embargo, la amputación no es simple, sino la primera fase de una operación más compleja, como ocurre en las transferencias directas de tipo mecánico.

2.1.4. Adhesión: Es la eliminación del signo mediante la aplicación de un elemento viscoso o pegajoso: Una cinta transparente común, tipo Scotch, o de las empleadas en labores de empaque; una película gelatinizada; una hoja de contact o, en su defecto, cualquier objeto o material adherente, como el colodión. La íntima unión del erradicador (superficie adhesiva) con el trazo, hace que los pigmentos de éste se peguen a aquel, se desprendan de la faz del documento. Es el mecanismo de acción de la plastilina limpia-tipos, que los mecanógrafos presionan firmemente sobre los caracteres equivocados para eliminarlos y el de algunas máquinas de escribir, que disponen de una cinta adhesiva especial para estos efectos .

La adhesión supone en el pigmento por remover un bajo grado de adherencia al soporte. Las partículas de grafito y las tintas de alta copiabilidad son más susceptibles de eliminación por este medio, como es fácil comprender. Con frecuencia los falsificadores se valen del vapor de agua o de otros solventes, en dosis adecuadas, para facilitar la operación. En este caso, sin embargo, el mecanismo no es mas que la fase terminal de una eliminación por disolución, de la que nos ocupamos en el siguiente apartado.

2.1.5. Disolución o lavado físico: Como su nombre lo indica, consiste en la supresión o eliminación de escritos mediante disolución de sus trazos con solventes adecuados, aplicados directamente sobre ellos y su extracción posterior por absorción o adhesión. La frecuencia del mecanismo ha disminuido considerablemente, debido a la alta resistencia de las tintas modernas (particularmente las de bolígrafo) a los solventes más comunes.

Dado el conocido carácter polar de sus moléculas y la facilidad con que las mismas establecen enlaces de hidrógeno con otros compuestos, el agua constituye el solvente universal por excelencia. No todas las tintas, sin embargo, son solubles en este medio. Muchas de las actuales tintas de escribir —particularmente las mas modernas de bolígrafo— han sido fabricadas a partir de compuestos insolubles en agua.

En la disolución o lavado físico —debemos insistir en este aspecto— no se producen reacciones químicas stricto sensu. El solvente ayuda a remover los colorantes o pigmentos de la tinta dada su natural solubilidad —caso de la nigrosina o indulina, por ejemplo— o su estado de suspensión en sustancias gomosas —como acontece con denominada tinta china y, en general, con las tintas carbonosas— pero en ningún caso hay transformación de la naturaleza del preparado.

La tinta, como se sabe, es un compuesto formado por dos elementos básicos: Colorantes o pigmentos, por una parte y vehículo o soporte, por la otra. En las tintas carbonosas el pigmento está constituido —de ahí su nombre— por carbón o negro de humo finamente pulverizado, obtenido por combustión de materiales orgánicos. El vehículo es una solución coloidal de cola o goma arábiga (en las tintas más primitivas) o de goma laca en bórax o amoníaco, en formulaciones mas recientes. Con frecuencia, llevan como colorante agregado el denominado azul de Prusia (ferrocianuro férrico) para eliminar el tono amarillento que se puede presentar con pigmentos de mala calidad .

Al depositar la tinta sobre el papel, los ingredientes de la mezcla se separan por filtración selectiva. Los pigmentos de negro de humo o carbón amorfo, insolubles y químicamente inertes, quedan atrapados por las fibras celulósicas en la parte superficial de la hoja y retenidos por una delgada capa de goma, mientras el vehículo penetra en la pasta —se infiltra— alojándose allí en forma definitiva, o se evapora. El examen microscópico del trazo permite, generalmente, reconstruir estos fenómenos.

La erradicación del trazo carbonoso resulta relativamente fácil por procedimientos mecánicos  —por abrasión, avulsión o  adhesión—  o por simple lavado físico,  empleando como solvente el agua, pero preferiblemente por la acción combinada de lavado y abrasión, ya que esta operación disgrega de nuevo las partículas del pigmento, facilitando su retiro de la superficie. Estas operaciones son delicadas, desde luego y demandan especial habilidad .

El lavado integral de las clásicas tintas ferrogalotánicas es virtualmente imposible, por tratarse de soluciones acuosas con gran poder de penetración y con una base metálica resistente a este tipo de maniobras. Aplicada sobre el papel la tinta penetra entre las fibras dejando en el interior de la pasta su coloración característica y un depósito de sales minerales, obviamente insoluble.
Las tintas de anilina, por su parte, están compuestas por pigmentos orgánicos sintéticos en solución acuosa, con algunos aditivos que les dan estabilidad y fluidez y son fácilmente lavables con agua. No obstante, suelen fabricarse tintas de anilina resistentes al lavado, suspendiendo los pigmentos en una solución de goma laca solubilizada con un aditivo de bórax, bicarbonato de amonio o amoníaco.

Las tintas de bolígrafo, en cambio, suelen ser resistentes a la eliminación por lavado físico, como ya anotamos.  En ellas los pigmentos representan un porcentaje importante de la mezcla, van disueltos o suspendidos en vehículos grasos o de consistencia oleosa, o en soportes alcohólicos o de resinas sintéticas. En los bolígrafos de mas reciente fabricación y en todos los de cierta calidad, se combinan diferentes tipos de pigmentos con propiedades físicas y químicas diversas. Al intentar disolver el trazo el falsificador puede tropezar con el obstáculo de que los colorantes del compuesto tienen diferente solubilidad. El solvente elegido puede, entonces, atacar solo alguno o algunos de esos colorantes y dejar incólumes los demás. El efecto es un llamativo cambio en la tonalidad del trazo, que delata la maniobra cuando ésta se ha interrumpido, lo que acontece a menudo, para no causar mas daño al documento.

Las tintas de bolígrafos ordinarios —con soportes oleosos clásicos, basados en aceite castor, oleína, etc., muy utilizados hasta mediados del siglo pasado— pueden eliminarse con solventes orgánicos como la dimetilformamida, el dimetilsulfóxido, la piridina o el éter de petróleo y con ésteres o hidrocarburos halogenados. Este tipo de bolígrafos, sin embargo, es cada vez más escaso, dada la mala calidad de escritura que producen. El barsol y el thinner  se emplean frecuentemente también como solventes, al igual que los detergentes líquidos, e incluso la cerveza. Los resultados son, desde luego, muy variados.

Los lavados pueden ser totales o parciales. Los primeros —llamados también integrales— se realizan por inmersión del documento en el solvente. Los segundos, por aplicación directa de éste sobre el trazo. El tratamiento puede hacerse por pincelado con un hisopo ad-hoc —trozo de papel filtro en forma de embudo, mota de algodón empapado, etc.—  o por depósito del solvente en pequeñas gotas con una micropipeta o instrumento agudo. Cada vez son mas frecuentes los lavados puntuales,  en los que se concentra la acción del solvente en una zona muy precisa, controlando la operación a la lupa. Variedad de este método es el retoque del trazo con una pluma metálica muy fina o con una cerilla, embebidas en el solvente elegido .

El paso final en el lavado físico es la remoción o retiro de la solución con un agente absorbente o secante, como el papel toillette o el papel de filtro de laboratorio. Los papeles secantes tradicionales son cada vez más escasos, aunque todavía pueden conseguirse. En Colombia se utilizan a menudo para estos efectos, con excelentes resultados, el talco y la harina, polvos que se eliminan mas tarde por soplado y sacudida fuerte del documento.

2.2. Erradicaciones químicas:

Se emplean los términos decoloración y blanqueo, indistintamente, para designar la supresión de escritos por medios químicos. La decoloración se realiza depositando sobre la estructura que se desea eliminar un reactivo que degrade los pigmentos del trazo y modifique su color. La reacción química producida —un cambio en la composición de las sales que dan su matiz peculiar al preparado, en las tintas clásicas— hace que el signo pierda su contraste cromático con la superficie y se torne de más difícil visualización. Resulta relativamente fácil, en caso necesario, ocultarlo mediante la superposición de un nuevo trazo.

Lo que busca este antiguo procedimiento es mudar la tonalidad original del grama por una coloración críptica. El blanqueo, por lo tanto, constituye más un mecanismo de camuflaje (mimetismo cromático) que de eliminación, en el estricto sentido de la palabra. Recuerda el singular disfraz de algunas especies animales, que adoptan los colores del entorno para burlar a sus depredadores naturales.

Los reactivos decolorantes son generalmente soluciones diluidas de compuestos oxidantes aunque, como bien lo advierten los expertos argentinos , no se descarta teóricamente la aplicación de un principio opuesto a la oxidación, es decir, de un mecanismo de reducción, especialmente en las tintas de anilina, mediante la transformación de sus pigmentos en leuco-derivados. Pueden presentarse en este último caso, sin embargo, al exponerse el documento al aire, regeneraciones espontáneas del escrito.

Es frecuente en la literatura técnica presentar bajo la denominación genérica de “lavados”, la extracción por disolución —que hemos estudiado como lavado físico— y la decoloración o blanqueo químico. La unificación de estos procedimientos es comprensible, no solo porque todos ellos pueden ser catalogados o agrupados dentro de los métodos químicos, sino porque rara vez se dan en forma aislada. Conviene, sin embargo, distinguir muy bien estos mecanismos, pues en la disolución o lavado físico hay una simple disgregación de las partículas colorantes, seguida de su extracción por absorción o por otros medios mecánicos y en el blanqueo o decoloración, un auténtico cambio en la naturaleza del pigmento o colorante y consecuentemente de su tonalidad. En el lavado físico se disuelve el trazo para después retirarlo del documento, generalmente con un secante. En la decoloración o blanqueo la tinta permanece en el papel. Simplemente muda de color, en virtud de una reacción química que cambia su naturaleza y propiedades físicas, entre ellas el color.

Casi siempre la decoloración va acompañada de otro mecanismo erradicador: Lavado físico, manipulación abrasiva, etc. En las tintas clásicas el fenómeno es muy claro. Los ingredientes minerales de las tintas férricas, convertidos en sales tras el tratamiento oxidativo, pueden reactivarse. Consciente de este peligro, el falsificador elimina esos remanentes metálicos lavando el documento o raspándolo. El lavado químico es la combinación de decoloración o blanqueo y lavado físico. Es, pues, un mecanismo de acción mixta.

Los escritos a lápiz no son eliminables por simple lavado ni por medios químicos. Puede  asegurarse que solo los métodos mecánicos, especialmente los abrasivos, pueden dar resultados admisibles con ellos. El grafito o carbono cristalizado de las minas, por su proverbial inercia, es inmune a los reactivos químicos y, como lo advierten todos los manuales de criminalística, si se adopta para erradicarlo un tratamiento demasiado drástico, el papel será el primero en mostrar las secuelas del ataque.

Los erradicadores químicos se conocen comúnmente como borratintas, correctores o matatintas. Son muchos, sin embargo, los compuestos que tienen esta propiedad. Los reactivos oxidantes mas empleados —dependiendo, por supuesto, de la clase de tinta— son el hipoclorito de sodio, el ácido oxálico o etanodioico en solución acuosa, el agua oxigenada con ligero añadido de amoníaco, el permanganato de potasio con un poco de ácido sulfúrico de pH ligeramente acidificado y el ácido hipocloroso. El permanganato suele acompañarse de bisulfito de sodio, sal ácida que elimina la insoluble mancha castaña de bióxido de manganeso que suele dejar aquel en la superficie del documento. También hacen parte de este grupo los cloratos, persulfatos y perboratos.

Se citan como reactivos reductores el hiposulfito de sodio, el trióxido de titanio, el cloruro estannoso y la hidracina, por ejemplo. Para eliminar trazos de bolígrafo se prefieren solventes alcohólicos, acetona, glicol, piridina, dimetilsulfóxido, dimetilformamida y soluciones jabonosas. El permanganato y el ácido sulfúrico diluido pueden utilizarse también en forma conjunta. Con las tintas modernas, especialmente con las de bolígrafo, la selección del solvente no es fácil, sin embargo.

3. Alteraciones sustitutivas

Constituyen una socorrida forma de alteración documental. Pocas veces, como hemos dicho, la erradicación de signos o elementos se da en forma aislada. Lo más frecuente es que se elimine para asentar luego, en el sitio correspondiente, una nueva inscripción.

Las leyendas añadidas producen el efecto adicional, importante para el falsificador, de cubrir las huellas del mecanismo erradicador. El diagnóstico de la alteración supresivo-aditiva, sin embargo, no ofrece dificultades adicionales a las propias de la supresión y de la adición. Son aplicables a la alteración sustitutiva, en consecuencia, los métodos y técnicas de análisis correspondientes a la erradicación y a la agregación de elementos

La más frecuente modalidad de alteración supresivo-aditiva o por sustitución es, sin embargo, la obliteración, mecanismo consistente en la eliminación de signos por tachadura o testadura, manipulación relativamente frecuente y que plantea el problema técnico, a veces insoluble, de la regeneración o lectura del material encubierto.

Para erradicar el elemento, el agente traza encima de él signos, líneas o manchas que lo ocultan o enmascaran. En la obliteración se suprime agregando, de ahí que hayamos decidido clasificarla como alteración sustitutiva.

El nombre obliteración, que algunos consideran inapropiado, proviene del latín oblitterare, —de  ob, sobre y littera, letra—  que significa borrar, abolir. El Diccionario define la expresión obliterar como “Obstruir o cerrar un conducto o cavidad de un cuerpo organizado”. En nuestra lengua obliteración equivale a obturación, atascamiento. En cierta forma, al resultado de la acción de rellenar. La etimología del término no se opone pues, en modo alguno, a la acepción que al mismo se le viene dando, tanto en inglés —obliteration— como en castellano. Lo que hace el manipulador en esta modalidad de supresión gráfica es algo así como rellenar con nuevos trazos, o con una mancha de tinta, los espacios vacíos o “blancos” de los signos que desea cancelar o eliminar. Los Del Picchia denominan sobrecarga a esta peculiar forma de erradicación, como ya hemos anotado, distinguiéndola de las cancelaciones, “Tipo especial de sobrecarga en el cual uno o más vocablos son suprimidos, a través de un delineamiento recto, o curvo, o con varios trazados. En el cancelamiento, la palabra o palabras canceladas, permiten en general su lectura. En caso contrario, se transforman en sobrecargas” . Buquet llama al fenómeno censura , mecanismo que define como la acción de recubrir un escrito de un baño, para dejarlo ilegible  .

El liquid paper, introducido al comercio desde1951, es un buen ejemplo de producto obliterador. Algunas máquinas de escribir posteriores a 1973 disponen de cintas que depositan sobre el signo equivocado un material análogo, de color semejante al del papel. Entre ellas la Correcting Selectric , de la IBM y modelos posteriores, mencionados anteriormente. Se consiguen también pequeñas bandas de papel que se intercalan entre el tipo mecanográfico y el soporte en el momento de efectuar la corrección, imprimiendo nuevamente el signo equivocado. Al escribir encima la operación resulta poco perceptible.

[contentBox title=»Bibliografia» type=»info»]Consultar: Programa de Pericia Caligráfica Judicial . – (Escola de Postgrau.- Universitat Autònoma de Barcelona)[/contentBox]

Escrituras Patológicas

Nada más parecido a la perfección literaria nos ha demostrado Pedro Serrano García en su libro «Grafística».

«Se dice de la escritura que es la «pintura del pensamiento, puesto que constituye el medio material para perpetrarlo, ycomo quiera que todos los actos importantes de la vida humana es preciso reducirlos a escritos, de aquí se deriva la importancia que puedan revestir las alteraciones en los mismos» por ello nos ha parecido necesario transcribir el punto sobre, Escritos patológicos.

 Escritos patológicos

Por medio de la grafología pueden ser apreciadas las cualidades psíquicas del autor de un escrito. Y si esto sucede con los escritos normales, de los que podemos decir quedan todos comprendidos entre términos mentales próximos, es indudable que aquellos otros escritos procedentes de individuos anormales reflejarán en sus rasgos las, características, en algunos casos tan acentuadas, propias de un estado mental anormal.
Los escritos de los alienados presentan, cuando la perturbación es profunda, alteraciones tan marcadas que pueden distinguirse a simple vista. Como características generales destacan las de que sus renglones suelen ser concéntricos en vez de horizontales; el texto ilustrado con dibujos; presencia de frases o párrafos estereotipados; algunas letras o sílabas que se repiten sin cesar o, por el contrario, palabras incompletas a las que faltan alguna de dichas letras o sílabas, etc.

Pero no solo las mentales, sino todas las enfermedades en general se reflejan en la escritura, con la particularidad de que las alteraciones o anomalías son constantes en cada una de ellas.

En el estudio de los escritos patológicos se precisa mucha circunspección porque pueden presentársenos síntoínas semejantes capaces de inducirnos a error; así, por ejemplo, las perturbaciones mentales acarrean a los trazos vibraciones y movimientos atáxicos que cabe confundirlos con los procedentes de la debilidad, el frío y la fatiga.

De otra parte, la escritura correspondiente a un individuo ligeramente perturbado puede no presentar alteración alguna aparente, es decir, que las anomalías de la es critura son proporcionadas al grado de perturbación mental padecida. Y este rnismo principio es de aplicación general.

Observa acertadamente Offermann que en los escritos de los alienados lo que se observa no son propiamente las alteraciones mentales padecidas por los mismos, sino las físicas u orgánicas producidas a consecuencia de aquéllas. En realidad, el resultado, a los efectos del peritaje, es el mismo.

Resumidamente vamos a exponer a continuación las particularidades características correspondientes a las alteraciones mentales más corrientes y a algunas enfermedades, como son la histeria, neurastenia, manía, melancolía, monomanías, delirios, dernencia, epilepsia, parálisis agitante, corea, tabes, parálisis general, ataxia, alcoholis mo, dipsomanía y artritismo.

Histeria: Esta psiconeurosis degenerativa es común a casi todas las mujeres, y especialmente a las mujeres delincuentes. El llamado «temperamento histérico» se caracteriza por una sugestibilidad extrema, reconociéndose el estado mental habitual de estos enfermos por los desordenes en el subconciente.

La escritura propia del histerismo presenta los siguientes caracteres: temblor de intensidad y dirección variables, pero continuado: tendencia o predisposición hacia la escritura de tipo ornamentado, que se manifiesta especialmente en las mayúsculas, y alteración de los valores angulares provocados por la crisis.

Neurastenia: La neurastenia es, respecto al hombre, lo que la histeria respecto a la mujer. Su diagnóstico, lo mismo que el histerismo, es muy difícil, ya que esta enfermedad constituye un estado vago en el que predominan síntomas de fatiga física y rnental.

No obstante lo que acabamos de decir, la neurastenia puede también presentarse en el sexo débil, sobre todo en las épocas de gestación y lactancia.

La característica esencial de la neurastenia, según acabamos de decir, está constituida por la fatiga, la que se exacerba al más mínimo esfuerzo, por ello, los escritos de los neurasténicos suelen ser normales en sus comienzos, pero en seguida se alteran, los enlaces desaparecen dejando paso a las interrupciones, los rasgos se deforman y la escritura se torna angulosa.

Manía: Se caracteriza esta enfermedad por presentar períodos de insania separados por otros de lucidez, lo que ha hecho denominarla «locura alternante o circular».
Los períodos de anormalidad presentan dos fases: una de excitación y otra de depresión. La primera va acompañada de una extrema movilidad de ideación y euforia; la segunda, la depresiva, de tristeza, dificultad de ideación y actividad apagada, el enfermo pierde la atención, pasando de unas a otras ideas sin hilación normal entre las mismas.

Esta enfermedad es hereditaria o indicadora, al menos, de la presencia en los padres de debilidad mental, apareciendo en ocasiones en forma leve o atenuada, variedad que se denomina técnicamente «manía mitissima».

La manía se manifiesta en los escritos por la irregularidad en las líneas, proporcional al estado de turbación del espíritu; atrevimiento y exageración en los rasgos y nezcla de las barras y signos de puntuación con los caracteres literales.

En los maníacos, la escritura no es posible más que en los estados anteriores o posteriores a los períodos de insania. En ella los pensamientos se encadenan con rapidez rayana en la incoherencia, verificándose unaviciosa asociación de ideas, de modo que una palabra arrastra un nuevo pensamiento, sin que el conjunto guarde la lógica trabazón que constituye la verdadera argumentación.

Melancolía: Es un proceso frenopático de involución caracterizado no sólo por la depresión mental, sino también por angustia y concepciones delirantes de curso largo.
Puede presentarse en todas las edades, pero es más frecuente al declinar las fuerzas físicas y más en la mujer que en el hombre. También esta enfermedad es hereditaria o al menos requiere cierta predisposición.

Los escritos de estos enferrnos, son de caracteres pequeños, con titubeo y temblores en sus trazos, que aparecen rodeados de signos irregulares denominados por los expertos «patas de mosca», producidos por las indecisiones de la pluma, que rasguea incierta antes de acometer el trazo, que casi siempre es temblón y sinuoso, con frecuentes angulosidades o codos que producen bruscos cambios en su dirección.

Tiene también la melancolía períodos de excitación y de depresión. Unos de otros se distinguen fácilmente en la escritura -según Garnot- porque durante el primer período, o sea la excitación, ésta aparece cerrada, alargada y rápida, y, por el contrario, en el de depresión la escritura es menos inclinada y atrevida, los trazos, un poco largos, presentan sinuosidades características y las líneas aparecen pesadas, faltas de claridad y de arte.

Monomanías: Reciben este nombre los estados de perturbación mental con delirio parcial; es decir, que los individuos que padecen esta enfermedad se muestran normales excepto en un punto, que es el que corresponde a su anormalidad.

La monomanía fue descubierta por Esquirol, ya que antes sus manifestaciones que daban comprendidas en la melancolía, y puede presentarse en múltiples formas.
Grandes controversias ha provocado la monomanía entre los hombres de ciencia, y aún hoy día se discute si la alteración en un orden concreto de ideas -característico de la monornanía- puede mantenerse aislada o produce, por el contrario, perturbación en los restantes, llegándose a la conclusión de que la idea delirante se destaca sobre un fondo primitivamente alterado.

La aberración que supone la monomanía generalmente se refleja en la escritura con la agudeza de caracteres que presente en el individuo.

Delirios: Fundamentalmente se distinguen dos clases de delirio: el episódico, fase de una enfermedad mental, y el permanente o continuado. El primero, que no interesa a nuestro estudio, va acompañado de agitación y manifestaciones más o menos violentas; el segundo carece de reacciones fuertes e integra la psicología normal del enfermo.

El llamado «delirio sistematizado» consiste en una representación mental falsa que el enfermo toma por verdadera a pesar de su irrealidad, lo que le hace obrar con una convicción interior de la que nada ni nadie pueden convencerle de su falsedad.

Este delirio sistematizado se denomina modernamente «delirio de interpretación», pudiendo manifestarse en formas muy variadas, entre las que tenemos como más destacadas el delirio de grandeza (megalomanía), tan conocido, por el que el individuo se cree grande, célebre o poderoso; el depresivo o de autoacusación, por el que se considera culpable de cuanto acontece; el de persecusión, que consiste en el temor hacia determinadas o indeterminadas personas a las que supone animadas de malos propósitos hacia él, lo que les obliga a rodearse de precauciones, llegando, en los casos externos, a transformarse de perseguidos en perseguidores de sus supuestos enemigos; el de celos, frecuente en el alcoholismo; el hipocondríaco, por el que atribuye sus males a enfermedades incurables; el místico, etc.

Todos estos delirios, sobre todo en sus formas más atenuadas, no presentan síntomas físicos quedando limitados a una actividad puramente psicológica, se manifiestan en todos los grados de intelectualidad conservando el individuo su capacidad profesional y observándose exclusivamente sus caracteres, en relación con la escritura, cuando son prolongados o continuados.

Una variedad específica muy interesante de delirio es la denominada grafomanía o afán por escribir, frecuente especialmente en personas de gran vanidad literaria y en la anonimografía. Estos escritos no presentan las repeticiones, incorrecciones o incoherencias propias de la demencia, observándose en ellos una lógica aparente que llega a engañar incluso a personas de elevada cultura> pero sin embargo es patente en los misrnos
su constancia e insistencia en una idea determinada.

Existe una subvariedad inferior de la grafomanía que se conoce con el nombre de graforrea.

Demencia precoz: Esta enfermedad mental, frecuente en la pubertad, se caracteriza por un automatismo especial siendo su origen generalmente hereditario.

Sus escritos son rítmicos y ampulosos, con muchos subrayados y signos de puntuación, utilizando muchas veces tinta de varios colores, mutilando las palabras y dándoles sentido distinto del gramatical, no son raras las sobrecargas y los dibujos intercalados en el texto, la dirección de las líneas suele ser incoherente y el calibre de los trazos aumenta progresivamente del comienzo al fin del escrito.

Demencia: Está constituida por un estado de debilidad mental y desintegración de la personalidad.

La irregularidad de los escritos procedentes de los dementes está en relación directa al grado en que padezcan la enfermedad, pudiendo llegar a ofrecer exageradas extravagancias aunque debe tenerse presente que en ocasiones los escritos de estos individuos no presentan alteración aparente alguna, sobre todo en los casos leves.

Epilepsia: Esta enfermedad, bien se halle evidenciada, bien larvada, por la profunda perturbación que acarrea a la psiquis del individuo puede dar lugar a escritos contrarios a la voluntad del que los suscribe, sobre todo en aquellos estados técnicamente denominados «equivalentes», lo cual tiene interés especial en los casos de testamento ológrafo. Los síntomas gráficos de la epilepsia son los siguientes: escritura irregular de trazos mal dibujados con presencia de gran temblor si el escrito ha sido producido en el llamado «estado crepuscular» o próximo al ataque; este temblor se hace especialmente manifiesto en las astas; las letras son desiguales con alteración en las interrupciones normales, haciéndose frecuentes. Después del ataque o crisis, aún pasadas algunas horas, se observa un reengrosamiento en los trazos, los círculos más cerrados que de ordinario, desaparecen algunas letras necesarias y no aparece ninguna repetida> el espaciamiento es mayor que el normal, las líneas son irregulares y algunas letras presentan forma extraña, ofreciendo la escritura en general un aspecto semejante a la de una persona que hubiese olvidado o estuviese aprendiendo a escribir.

Parálisis agitante: Produce trazos con temblores característicos en sentido horizontal. Parálisis general. Rebabas en los trazos, borrones frecuentes, temblor, irregularidad en las letras que aparecerán dibujadas deficientemente, exceso de ligado al comienzo y pérdida de letras en las palabras al final, con gran deformación de los caracteres que acaban siendo ilegibles.

Corea y tabes. Escritura angulosa con bruscos cambios de dirección acusados por ángulos de amplitud irregular.

Ataxia: Escritura retardada carente de ligado.

Alcoholismo. Renglones sinuosos, limitantes verbales de curva irregular e irregularidad en los tamaños de las minúsculas y en el espaciamiento.

Dipsomanía: Consiste en la irresistible impulsión por la bebida, acompañada de tristeza, irritabilidad y abatimiento.

Se diferencia la dipsomanía del alcoholismo en que no se trata como en este de una intoxicación lenta, consecuencia del hábito por la bebida, sino de un impulso morboso e irresistible que obliga al enfermo a beber, es decir, que se puede. ser dipsómano sin ser alcohólico y viceversa.

Los escritos presentan el temblor característico del alcoholismo, los rasgos decadentes de la depresión y la falta de vigor o energía.

Artritismo: Tienen los artríticos una escritura pesada y uniforme, alineación horizontal, falta de gruesos y perfiles y, en general, escritura carente de flexibilidad y amplitud de movimientos.

[featured]Artículo publicado en REVISTA TECNIPOL N º 54 [/featured]

El calígrafo en el fin de siglo

La revolución productiva, la globalización, la comunicación satelital, la telefonía celular, el fax, el scanner, la computación, la fibra óptica, la telemática, en fin, una cantidad de acontecimientos producidos en este fin de siglo que han cambiado definitivamente a la sociedad en su conjunto; social, política, comercial, laboral y económica.

Esta transformación le produjo modificaciones al comercio nacional e internacional, puesto que se interactúa , dentro de nuestra esfera nacional con conceptos diferentes a los tradicionales.

Esta transformación le implicó cambios conceptuales al documento público y privado ya sea manuscrito, dactilografiado o impreso.

Cuando pagábamos un servicio, el banco nos entregaba el comprobante con sello y firma del cajero. Hoy no es así, generalmente este tipo de operación se efectúa mediante un cajero automatico. Este nos entrega o no (para ello nos consulta) un comprobante de la operación efectuada.

Esto es porque hemos entrado en el denominado comercio electrónico.

Finalizando el siglo una cantidad considerable de minoristas y mayoristas que vendían los productos de la canasta familiar dejaron de operar, apareciendo, al mismo tiempo, una nueva forma concentrada de comercialización de productos, los llamados Super e Hiper mercados.

Ellos motivaron una verdadera revolución desde el punto de vista de la exposición de la mercadería, el marketing, promociones, la degustación a tal punto de convertirse en la figurita preferida de todo potencial Argentino. Hoy por hoy abastecen el 57% de la canasta familiar (porcentaje en permanente aumento) a su vez creando, entre ellos mismos, un clima de competencia en las promociones realmente asombroso.

Ahora bien, resulta que todo lo que compran y pagan lo hacen a través del comercio electrónico, empleando para ello la firma electrónica (el documento papel no existe en este nuevo sistema comercial o en tal caso desapareció en un porcentaje sustancial).

FIRMA ELECTRÓNICA: Es un programa de computación que posibilita la privacidad y la autenticidad de la información que se transmite por medio de sistemas informáticos. En el lenguaje informático, se habla de técnicas de encriptación para resguardar la privacidad de la información. Esas técnicas permiten codificar la información haciéndola comprensible sólo para quien tiene la clave correcta.

Entran en juego, entonces, el programa llamado PGP (Pretty Good Privacy) a partir del algoritmo RSA (que corresponde a las iniciales de sus autores).

Este consiste en un sistema de claves públicas y privadas que son complementarias. Ej.: si “A” escribe algo y luego lo encripta con la clave pública de “B” (que es conocida por todos, es como si fuera el número de documento que nos identifica) este mensaje solo puede desencriptarse con la clave privada de “B” que es complementaria.

Pero además, si “A” escribe algo y lo encripta con su clave privada la información podrá ser desencriptada con su clave pública, lo que nos da la seguridad de que el documento fue emitido por “A”. A esta forma de encriptación se la llama PGP, más conocida como firma electrónica. Esta consiste en una serie de caracteres puesto al final de un documento. Está elaborada mediante procedimientos matemáticos (criptográficos) y realiza un resumen codificado del mensaje, tiene fecha, hora de envío, la identidad del remitente y del receptor. Si una persona ajena a este contacto intenta descifrarlo al no contar con la clave pertinente no lo podrá interpretar, todo para resguardar el carácter de inalterabilidad y autenticidad.

Estos procedimientos se manejan con el S.E.A. (Servicio Eancom de Argentina) y el EAN de Argentina e internacional (European Article Numbering Association).

Ej. del procedimiento: El hiper envía una orden de compra a su proveedor, cuando este confirma, se edita la orden de pago al Banco con que se opere. A su vez éste último acusa recibo y emite el aviso de crédito al proveedor. Una vez cerrado este circuito de contacto electrónico y efectuada la autenticación y autentificación de la transmisión queda que el proveedor informe día y hora de la entrega. Recordemos que para ello se emplea el código de barras, puesto que el alta de la mercadería se efectúa mediante los lectores ópticos (scanners) que registran el ingreso al sistema y por medio de esta misma tecnología se le da de baja, es el momento de salida por caja.

Conjuntamente con los quinientos mil industriales, comerciantes y mayoristas que desaparecieron en esta última década de la rueda comercial, desapareció a su vez una doble fuente de ingresos para el Calígrafo; esto es parte de los juicios comerciales y laborales.

Los primeros medianamente fueron expuestos, los segundos se redujeron por la incorporación de trabajadores al mercado laboral con lo que el año pasado, por ej., se denominó Ley de Flexibilización laboral. Así es que se puede contratar a un trabajador por tres meses, dos semanas, cinco días o quizás por una promoción de cuatro horas, firmando para ello un contrato legal que no le posibilita reclamo judicial alguno.

Evidentemente el nuevo milenio se avecina con un cambio estructural importante, trascendente. Para algunos quizás, incluso, aún desconocido, no obstante ello ya está metido en nuestras entrañas.

Si comprendemos y aceptamos la existencia de la transformación (social, política, económica, etc.) de nuestro país, debemos preguntarnos cómo encajamos, entonces, en ella. La respuesta surge de efectuar un frío análisis de la “nueva sociedad” entendiendo y captando sus necesidades.

Deberemos ser más competentes, capacitarnos permanentemente, hacernos notar mucho más en el control e identificación del documento y/o instrumento público y privado.

Ofrecer servicios. Exponernos, romper las conductas convencionales en cuanto al ejercicio de la profesión. Convertirnos en empresas unipersonales especialistas en captar las necesidades de las personas, de las empresas y las instituciones.

Tendremos que; más allá de esperar un nombramiento de oficio y/o una representación como consultor (sin duda muy importante), en una actitud un tanto pasiva, promover una actitud operativa ejerciendo la profesión mucho más cerca de la causa que genera nuestra intervención técnica pericial.

En tal caso por dar algunos ejemplos, sería interesante relacionarnos con estudio contables, ofreciendo un servicio de “auditoría de documentos”, por ejemplo, inasistencia laboral justificada con documentación falsa, “gastos falsos” acreditados con facturas adulteradas, “retiros de mercadería”, falsificando las firmas de los responsables de areas específicas, etc.,etc.. Estos temas los viven las Pymes a diario y no saben como evacuarlos.

Ofrecer servicio de verificación y autenticación de billetes papel moneda con que se mueve el mercado comercial (moneda nacional o dólar), lo podrían tomar las escribanías, supermercados, financieras, etc., el listado es muy extenso.

Los colegios en la educación general básica, tienen serios problemas con los alumnos por escritura con trazados ilegibles, ofrecer un taller de “cursiva inglesa” como materia extracurricular le sería muy útil.

Creo que poseemos un conocimiento especial único que la sociedad puede aprovechar, explotémoslo.

La sociedad ya está transformada y nosotros somos parte integrante de ella. Hagamos lo que por ley nos corresponde, vivamos plenamente de nuestra profesión.

[testimonial author=»Por el Calígrafo Público Nacional Domingo Antonio González » website=»» company=»» avatar=»»]Artículo publicado en el Boletín Informativo del Colegio en el año 1999.[/testimonial]